México enfrenta una nueva embestida arancelaria que expone la fragilidad de su agroindustria, el colapso de su logística y la falta de una estrategia comercial integral. En plena era del proteccionismo, ignorar esta realidad podría costarnos mucho más que divisas.
El regreso del proteccionismo disfrazado
Estados Unidos reactivó la ofensiva arancelaria. Esta vez, el golpe vino directo al agro mexicano: un arancel del 17% al tomate, uno de nuestros productos estrella, que genera más de 1.8 millones de toneladas anuales de exportación y representa un mercado de más de 2,500 millones de dólares al año en ventas a Estados Unidos. Esta cadena productiva sostiene decenas de miles de empleos en estados como Sinaloa, Michoacán, Baja California y Zacatecas, siendo pilar económico en muchas regiones rurales. Pero la amenaza va más allá: podría extenderse a productos como el aguacate, las berries, el chile y hasta insumos industriales clave que forman parte del ecosistema agroexportador.
No se trata solo de tarifas: se trata de soberanía alimentaria, de cadenas de valor que sostienen comunidades rurales, de infraestructura logística especializada, de acuerdos fitosanitarios y de reputación en mercados internacionales. El sector agroindustrial representa más del 10% del PIB nacional, es el segundo mayor generador de divisas del país y es responsable de más de 6 millones de empleos directos e indirectos. Su vulnerabilidad ante decisiones externas debe ser considerada un asunto de seguridad económica nacional.
La decisión estadounidense está envuelta en el discurso de seguridad nacional y combate al fentanilo, pero en realidad responde a una estrategia de presión política, renegociación encubierta y proteccionismo selectivo.
Esto no es nuevo, pero sí es distinto. Porque ocurre justo cuando México presume ser la nueva plataforma manufacturera del hemisferio. Una contradicción estructural: celebramos el nearshoring, pero nos tardamos en proteger lo que ya exportamos. Y hoy, el campo mexicano está pagando la factura.
Manzanillo crece, pero el rezago pesa
El puerto de Manzanillo se expande. Con la meta de duplicar su capacidad a 10 millones de TEUs(contenedores equivalentes a 20 pies)al año para 2030, busca colocarse como eje logístico de la costa Pacífico. Es una señal positiva, pero aislada. Porque mientras una región avanza, otras colapsan. Países como Chile han logrado reducir los tiempos de despacho aduanero a menos de 24 horas promedio en sus principales puertos, y Colombia ha modernizado su infraestructura intermodal para conectar producción y exportación con mayor eficiencia. En contraste, México opera con plataformas tecnológicas rezagadas, trámites lentos y saturación crónica. Y el agro mexicano, que depende de una logística eficiente para mantener la frescura, calidad y tiempos de entrega en mercados internacionales, es uno de los más afectados.
Tijuana, Reynosa y Ciudad Juárez viven cuellos de botella crónicos. La tecnología aduanera está desfasada, los tiempos de cruce superan las 10 horas, y los patios fiscales están al borde del colapso. En productos perecederos, cada hora de retraso se traduce en pérdidas económicas, rechazo de embarques o pérdida de contratos. No hay interoperabilidad, faltan oficiales capacitados y reina la incertidumbre normativa.
Y mientras eso ocurre, las inversiones extranjeras observan. Porque de poco sirve instalar una planta o cultivar productos de exportación si estos no pueden salir a tiempo. La logística es hoy un factor crítico de decisión para relocalizar, y ahí estamos perdiendo tracción. No basta con abrir más puertos si no fortalecemos la infraestructura que conecta el campo, la industria y la frontera con el mundo.
Tarifas que redibujan las cadenas
Los aranceles no solo encarecen productos. Reordenan mapas. Una empresa que antes exportaba desde Guanajuato puede ahora buscar alternativas en Brasil, Vietnam o incluso dentro de EE.UU., si eso significa evitar tarifas.
La manufactura está perdiendo la guerra del valor agregado. Basta observar el caso del sector de electrodomésticos: empresas que buscaban instalarse en México han optado por otros destinos como Brasil, debido a la falta de integración local de plásticos, motores, tarjetas electrónicas y componentes clave. Sin proveeduría competitiva y confiable, el ensamblaje pierde sentido estratégico. Seguimos ensamblando, pero no integramos. Seguimos exportando, pero no diversificamos. Y en un mundo donde los bloques comerciales se endurecen y las cadenas de suministro se regionalizan, quedarnos en medio sin estrategia es lo peor que podría pasarnos.
El Acuerdo Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP), los acuerdos con Europa, la Alianza del Pacífico... siguen siendo tratados en papel si no hay infraestructura, certificaciones, contenido nacional y una política industrial real que lo haga posible.
¿Competir o quedar expuestos?
Hoy, lo que está en juego no es sólo el volumen de exportaciones. Es la capacidad del país para sostener su lugar en las cadenas globales. Es la reputación de México como socio confiable. Es la continuidad de empleos industriales en estados como Aguascalientes, Guanajuato, Coahuila y Baja California.
Pero también está en juego el futuro de nuestro campo, que no sólo exporta alimentos: exporta talento, cultura, tecnología aplicada y valor agregado. En Michoacán, por ejemplo, productores de aguacate han reportado pérdidas por más de 80 millones de pesos debido a interrupciones logísticas, demoras en frontera y nuevos requisitos sanitarios que retrasan sus embarques. Y si no defendemos al agroindustrial mexicano de estas embestidas, estaremos hipotecando uno de los pocos sectores que ha demostrado competitividad, crecimiento sostenido e impacto territorial amplio.
El mundo está cambiando de reglas. Y México no puede seguir actuando como si nada pasara. No podemos depender de la voluntad del vecino del norte, ni esperar que el nearshoring nos rescate si no hacemos la tarea.
Reflexión final: exportar sin escudo es una decisión que ya cuesta demasiado
Proteger a la industria significa más que ampliar puertos. Es acelerar la modernización aduanera, diversificar mercados, certificar proveedores, fortalecer la diplomacia comercial y acompañar a nuestras MIPYMEs y agroindustrias para que compitan de verdad.
Cada hora que una mercancía está detenida en frontera es una oportunidad perdida. Cada arancel que enfrentamos sin respuesta es un golpe a la soberanía productiva. Y cada planta que decide no instalarse aquí por falta de condiciones... es una decisión que nos aleja del futuro que decimos querer construir.
Exportar sin una estructura de protección comercial es hacerlo en desventaja.
¿Hasta cuándo dejaremos que decisiones externas definan el destino de nuestros sectores más fuertes? Y en un mundo cada vez más fragmentado, eso no es sostenible.
Es momento de actuar con estrategia, no con discursos. Porque la ventana del nearshoring no estará abierta para siempre.