Domingo 17 de Agosto de 2025 | Aguascalientes.

Si no irrita, no es libertad

Alan Capetillo | 10/07/2025 | 11:27

“Si la libertad significa algo, será sobre todo el derecho a decir aquello que los demás no quisieran escuchar”.
Esa es la bella síntesis con la que George Orwell definió -quizá mejor que nadie- el auténtico sentido y la verdadera esencia de la libertad de expresión. Vieja aspiración ilustrada, la idea de que las palabras, aunque puedan ser incómodas, no pueden quebrar los huesos, es, sin lugar a duda, un valioso patrimonio que en los últimos tiempos se ha estado perdiendo.
Ya sea por alguna legión de idiotas que, ante cualquier opinión polémica, se convierten en inquisidores puritanos de alguna ideología ridícula o de algún sentimentalismo absurdo; o por políticos irresponsables que pretenden institucionalizar la censura; o por funcionarios públicos avelardistas manifiestamente cobardes para defender las libertades de los ciudadanos. Lo cierto es que la libertad de expresión está hoy más amenazada que nunca.
Disfraces para la censura: la nueva ley de telecomunicaciones, la ambigüedad legal sobre el ejercicio del periodismo y el tema de las narcomantas, los nuevos delitos sobre el ciberasedio o la llamada violencia política en razón de género, junto con esa vaguedad del llamado “discurso de odio” -ambigüedad en la que, como en el cajón de sastre, todo cabe- son, junto con las llamadas funas o cancelaciones, solo algunas de las nuevas máscaras con las que la censura y la inmadurez pretenden imponer su insoportable e hipócrita corrección política.
Y así, una espiral del silencio se adueña de una sociedad en la que todos callan opiniones que -aunque todos comparten- nadie dice, porque alguien podría indignarse.
Hay que romper ese ciclo vicioso. Incluso si son estupideces, las palabras no matan a nadie. Además, una sociedad de adultos es una sociedad que entiende que las palabras son solo palabras, y que las idioteces son solo eso: idioteces.
En una sociedad libre, los adultos deben poder expresar sus ideas sin preocuparse de que inquisiciones ideológicas o sentimentalismos caprichosos se instituyan en máquinas de persecución: ya sea para la censura del gobierno, o para la corrección política de ideológicos inquisidores sociales. Una sociedad de adultos es aquella en la que se asume que el público tiene el derecho a juzgar y descartar -por sí mismo- cuando se ha dicho una tontería. Una sociedad de adultos es una sociedad que no necesita pilmamas oficiosas para proteger sus castos oídos.
A lo sumo, podrá prohibirse y censurarse únicamente aquello que conlleve una invitación expresa, clara y manifiesta a ejercer verdadera violencia. Pero únicamente eso. Para todo lo demás, la única censura legítima será siempre la opinión y el criterio propio del auditorio. Un auditorio que podrá dejar de escuchar o podrá debatir, pero que nunca debe poder censurar.
Porque sí: para que la libertad sea libertad, tiene que poder ser irritante.
Porque, cuando la libertad ya no irrita, es -quizá- porque ya no es libertad…