Jueves 3 de Julio de 2025 | Aguascalientes.

Días de furia y lluvia… Gota a gota

Sísifo | 02/07/2025 | 11:15

Hoy es 2 de julio. Se cumplen 25 años desde que el entonces presidente Ernesto Zedillo —ese tecnócrata con título de Yale y fama de gris— empujó, casi a patadas, al PRI fuera de Los Pinos. En su lugar, colocó al ranchero guanajuatense Vicente Fox, célebre por su paso por Coca-Cola y por sus botas parlantes. Fue el inicio de la llamada “transición democrática”, aunque hoy sabemos que más que transición, fue una suerte de gatopardismo con sombrero: que todo cambiara para que todo, o casi todo, siguiera igual.
 
Zedillo, al abrir la puerta del poder a la oposición, no solo dejó atrás a la facción neoliberal que había secuestrado al país en los noventa; también depositó el destino de la República en una derecha panista que no supo qué hacer con el poder. Como fierro caliente, lo soltaron 12 años después, devolviéndoselo en charola de plata al Grupo Atlacomulco, más preocupado por los perfumes del poder que por gobernar.
 
Los priistas regresaron con la sonrisa de Enrique Peña Nieto y sus encantos de telenovela, pero entre los jaloneos del Grupo Hidalgo y el Estado de México, acabaron desperdiciando su segunda oportunidad histórica. De ahí, el país cayó —o fue empujado— hacia el proyecto del lopezobradorismo, la nueva encarnación de los nacional-revolucionarios. El tabasqueño supo canalizar el hartazgo de un pueblo asfixiado por décadas de corrupción, violencia y simulación. Y como en el meme: con los rojos, el crimen organizado era empleado; con los azules, socio; y con los guindas… patrón.
 
Así que este 2 de julio, entre claroscuros, hay algo que conmemorar. Porque "haiga sido como haiga sido", el viejo régimen fue desalojado por uno de los suyos. Y porque —bien o mal— en aquel entonces, el sistema electoral funcionó y el voto ciudadano aún tenía valor. La voluntad política de Zedillo por ceder el poder debe ser recordada, aunque su modelo de transición hoy luzca insuficiente o incluso ingenuo.
 
En esta época de partidos agotados, donde los gobernantes se comportan como virreyes y tratan el territorio como si fuera su hacienda personal, rendir cuentas es visto como una amenaza, y disentir, como traición. Vivimos bajo pequeños monarcas modernos que desfilan con ropajes invisibles, mientras sus cortes los aplauden y sus críticos son perseguidos o ignorados.
 
Así que, habitantes del hoy “reino azul”, celebremos que hace 25 años Vicente Fox, con todas sus torpezas y excesos, logró sacar a unas cuantas “tepocatas” del poder. Y aunque lo que vino después haya sido más de lo mismo con otra etiqueta, por un momento el sistema se sacudió. Algo cambió, aunque no lo suficiente.
 
Y para cerrar, una gota local que también cala. Hace unos días, en su visita a las aguascachondas, se le preguntó al embajador de Panamá cómo lidiaron con la migración irregular colombiana. Tal vez no se entendió del todo la pregunta, o tal vez no se quiso entender. Porque más allá de la migración legítima —bienvenidos los ciudadanos colombianos de bien—, existe una preocupación creciente: la infiltración paulatina, gota a gota, de personajes vinculados a giros negros y economías ilícitas, mientras nuestras autoridades miran hacia otro lado, más atentas a lo viral que a lo vital.
 
Hasta aquí subió la roca.