Lunes 18 de Agosto de 2025 | Aguascalientes.

Industria sin blindaje: presión global, reformas sin rumbo y el riesgo de perder el futuro

Erika Muñoz Vidrio | 01/07/2025 | 12:01

La industria mexicana opera bajo fuego cruzado: crisis energética global y reformas internas sin visión productiva.

La industria mexicana opera al filo. Cada misil lanzado en Medio Oriente golpea algo más que las portadas de los diarios: encarece insumos, distorsiona cadenas de valor y debilita nuestra capacidad de competir. Mientras el mundo observa la escalada entre Israel e Irán, aquí, en México, las empresas ya sienten los efectos. Producir hoy no depende solo de la oferta y la demanda, sino de la geopolítica global… y de decisiones internas que ignoran el pulso de la economía real.

Nos enfrentamos a una tormenta perfecta: inflación importada, crisis energética, amenazas de recesión global, aranceles renovados, reformas laborales precipitadas y legislación improvisada. En este escenario, la pregunta no es si la industria podrá resistir. La verdadera pregunta es: ¿Quién está pensando en cómo fortalecerla?

La guerra que se libra fuera... y dentro

Los mercados energéticos internacionales han experimentado alzas sostenidas en los precios del petróleo, impulsadas por la escalada de tensiones en Medio Oriente y la incertidumbre sobre el suministro global. En junio de 2025, el precio del Brent superó los $89 dólares por barril, con analistas advirtiendo que podría alcanzar niveles de tres dígitos si se mantiene la inestabilidad geopolítica. Aunque México no depende directamente de la región para su abastecimiento energético, los efectos globales se sienten de inmediato: electricidad más cara, insumos más costosos, transporte encarecido. Todo impacta a la base productiva nacional.

Este incremento se suma a los ya elevados costos derivados de una inflación persistente, que presiona a las empresas justo cuando deben invertir en tecnología, sostenibilidad y talento. La guerra está lejos, pero su factura llega puntual a las cadenas de suministro mexicanas.

Y mientras tanto, en casa, nuevas reglas del juego.

La propuesta de reducir la jornada laboral sin un plan gradual y sectorizado, la llamada "Ley Silla" aprobada sin diagnóstico técnico, y una narrativa punitiva contra el empresariado, debilitan la certidumbre que tanto cuesta construir. Lo que no se está diciendo con claridad es que, en un país con más del 55?% de su población económicamente activa en la informalidad —la segunda más alta de América Latina después de Perú—, cualquier incremento en los costos laborales sin estímulos adecuados empujará inevitablemente a más empresas fuera del marco formal. ¿Es justo exigir mejores condiciones sin ofrecer mejores condiciones para operar?

El costo oculto de la improvisación

Cada decisión legislativa sin diagnóstico ni ruta técnica tiene un precio que no siempre se ve en el momento, pero que impacta con fuerza semanas o meses después: pérdida de empleos, freno a la inversión, erosión de confianza. Cada reforma mal calibrada puede significar una línea de producción que se detiene, un proveedor que ya no escala, una expansión que se congela. Y en un entorno global tan volátil, esa diferencia puede traducirse en una sola palabra: supervivencia.

En medio de esta tensión, S&P Global ha advertido que una escalada del conflicto entre Israel e Irán podría reducir el PIB global hasta en un 1.7?% durante el tercer trimestre de 2025, afectando directamente las proyecciones de crecimiento industrial a nivel mundial. Esta caída afectaría no solo a las grandes economías, sino también a los países en desarrollo, cuyos sectores exportadores dependen de una demanda internacional estable. En el caso de México, esto representa una amenaza directa para su comercio internacional: menos inversión, menor volumen de pedidos y una integración más frágil a las cadenas globales de valor.

Y en ese contexto, el costo de producir en México sería más alto, más riesgoso y menos competitivo. El tiempo de operar sin una estrategia industrial nacional se agotó.

Reaccionar ya no basta. Hay que anticiparse.

Hoy, más que nunca, se necesita una visión de Estado que reconozca que sin industria no hay estabilidad posible. La industria no solo genera empleos: sostiene comunidades, cadenas de valor, innovación y bienestar. Convertirla en prioridad nacional ya no es una opción, es una obligación.

No hay soberanía si seguimos dependiendo de insumos extranjeros, energías sucias y discursos sin planeación. No hay competitividad si legislamos sin datos. No hay blindaje si seguimos improvisando.

¿Dónde está la estrategia de reconversión industrial? ¿El programa energético que garantice continuidad productiva? ¿El fondo que respalde a quien invierte y emplea?

Mientras otros países subsidian, tecnifican y negocian, aquí parece que se espera que el sector privado cargue solo con la incertidumbre. Y la resiliencia sin respaldo, tarde o temprano, se agota.

La crítica no es vacía. La industria sí tiene propuestas, y es momento de que sean escuchadas con seriedad.

El llamado no es a la queja, es a la acción estructurada.

La industria propone con urgencia un plan nacional de energía competitiva que garantice condiciones estables y predecibles para producir; reglas laborales construidas con gradualidad, diferenciación sectorial y evaluación de impacto; un fondo de contingencia industrial que permita resistir choques globales sin frenar operaciones; y una vinculación real, institucional y permanente entre quienes legislan y quienes producen.

No pedimos privilegios. Exigimos coherencia.

Reflexión final

Producir en México no puede seguir siendo un acto de supervivencia. Tiene que volver a ser una decisión estratégica, viable y rentable.Si diriges una planta, si sostienes empleos, si inviertes en este país, sabes que no exagero: lo vivimos todos los días.

Porque una planta que cierra no solo pierde empleos. Pierde comunidad, pierde vocación, pierde futuro. Y porque cuando la industria deja de ser prioridad, el desarrollo se vuelve discurso.

El conflicto está en Medio Oriente, pero la verdadera batalla está aquí: entre una industria que resiste y un sistema que no la protege.No se trata de que la industria se defienda sola. Se trata de que el país entienda que sin ella, no hay nada que defender.

¿Hasta cuándo seguiremos operando sin blindaje?

Blindar a la industria no es una consigna ideológica, es una urgencia estratégica. Si el sistema no la protege, entonces la industria tendrá que protegerse a sí misma: con unidad, visión compartida y acción decidida. Porque solo una industria fuerte puede sostener un país que aspira a competir, resistir y crecer en un mundo cada vez más incierto.