Domingo 17 de Agosto de 2025 | Aguascalientes.

El lugar de los expertos en la era de la 'opinocracia'

Francisco Santiago | 27/06/2025 | 11:58

Las noticias fluyen todos los días y, a partir de su incesante corriente, surge una "comentocracia" capaz de emitir juicios sobre los temas más diversos. En ocasiones, estos comentarios están más motivados por la necesidad de opinar que por el conocimiento. Abundan los análisis ideologizados, simplificados, muchas veces desprovistos de método, que buscan la provocación antes que la comprensión. La radio y la televisión, por su parte, suelen recurrir a académicos para dar un barniz de especialidad, pero las redes sociales han desdibujado las fronteras entre la opinión informada y el refrito seudo intelectual.
 
Vivimos una época donde el “informe” es desplazado por el “influencer”, y el análisis técnico por el juicio emocional. En plataformas digitales, personajes variopintos, carentes de formación rigurosa, hacen pasar valoraciones personales por verdades académicas. Utilizan un lenguaje técnico aprendido de oídas y lo revisten de seguridad para sembrar fake news y moldear percepciones, construyendo escenarios donde la posverdad reemplaza a la evidencia.
 
Esta proliferación de voces sin filtro ha generado un ambiente donde cualquier afirmación suena convincente si se dice con convicción. Es el territorio de la ocurrencia, no del conocimiento. Sin embargo, en un mundo crecientemente complejo, lleno de datos, incertidumbres y problemas estructurales, necesitamos menos ocurrencias mediáticas y más decisiones basadas en evidencia. Se requieren expertos, no espontáneos con ocurrencias.
 
Max Weber, en su obra El político y el científico, dejó clara la diferencia entre el aficionado y el profesional. Afirmaba que “solo sobre el terreno de un duro trabajo normalmente surge la ocurrencia” y distinguía entre la intuición del científico —producto de años de formación y trabajo sistemático— y la del aficionado, que es espontánea, sí, pero sin método, sin rigor, sin validación. La pasión, decía Weber, no puede sustituir al trabajo; del mismo modo, el trabajo no puede forzar la intuición. Ambos deben coexistir, pero no confundirse.
 
Cuando cualquier persona con conexión a internet puede presentarse como especialista estamos ante un posible sesgo o una fake news. La diferencia entre el trabajo experto y el comentario de ocasión radica en la disciplina, la ética y el compromiso con el conocimiento. El experto tiene también puede tener estos, pero su trabajo esta basado en un método y puede debatirse intelectualmente; el opinador no tiene mapa y en muchas ocasiones busca halagar o criticar sin fundamento.
 
Henry Kissinger en el libro Entrevista con la historia, Oriana Fallaci le pregunta cómo transitó de asesorar a figuras demócratas como John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, e incluso apoyar a Nelson Rockefeller, a convertirse en el principal consejero de seguridad nacional de Richard Nixon, un republicano con quien ni siquiera tenía relación personal previa. Lejos de debilitar su legitimidad, esta distancia inicial con el poder político fortaleció su imagen como experto independiente.
 
Kissinger fue claro: sus consejos eran los mismos, sin importar el partido al que respondieran sus interlocutores. “Nunca me ha importado el partido al que pertenecieran”, afirmó. Esta respuesta, sencilla pero contundente, revela el perfil de un técnico que influye no por su afiliación, sino por la solidez de su criterio. Su legitimidad no provenía de un padrino político, sino de su capacidad para articular diagnósticos complejos y ofrecer soluciones estratégicas.
 
Este tipo de figuras —técnicos, científicos sociales, expertos en relaciones internacionales, economistas, epidemiólogos, ingenieros— no están para emitir juicios morales ni para agradar a todos los públicos. Están para ofrecer análisis estructurados, basados en datos y teorías contrastadas, capaces de orientar decisiones en escenarios de alta incertidumbre. Su labor no es popular, pero sí necesaria.
 
Frente a esta tradición del experto que trabaja con rigor metodológico, emerge hoy una narrativa que busca sustituir el análisis profundo por respuestas automatizadas. La inteligencia artificial, y en específico herramientas como ChatGPT, han dado la impresión de que cualquier tema puede abordarse con un simple “prompt”. Lo que antes requería años de formación, lecturas especializadas y experiencia práctica, ahora parece poder resumirse en unos cuantos segundos. Esto ha generado una peligrosa ilusión de dominio: se cree que comprender un tema equivale a leer una síntesis bien redactada.
 
La IA es una herramienta poderosa, sí, pero no reemplaza al experto. Puede asistir, organizar, sugerir, pero no sustituye la mirada crítica, la intuición construida sobre la experiencia, ni el juicio ético que orienta decisiones en contextos reales. Confiar ciegamente en resúmenes automatizados es correr el riesgo de vivir en una burbuja de simplificaciones. Y simplificar en exceso un tema complejo no lo vuelve accesible, lo vuelve engañoso.
 
En esta era de hiperconectividad e infodemia, conviene subrayar el lugar del experto, el cual no sustituye la decisión política; gobernar, planear, diagnosticar, negociar o diseñar políticas públicas requiere más que buenas intenciones: requiere conocimiento, evidencia, método y responsabilidad.
Si en lugar de expertos recurrimos a ocurrencias e improvisaciones nos arriesgamos a que las decisiones se tomen con base en corazonadas y no en análisis. Y la historia ha demostrado que ese camino es corto, pero suele terminar mal. Las decisiones no deben ser delegadas a individuos que no han sido electos por mucho conocimiento de los temas.