En Aguascalientes, gobernar sin consultar se ha convertido en una elegante costumbre. El pasado 17 de junio, el Ejecutivo local envió —sin decir “agua va”— una solicitud al Congreso para autorizar un financiamiento/refinanciamiento por nada menos que 3,300 millones de pesos. Lo interesante no es solo el monto, sino el sigilo: ni convocatorias, ni estudios públicos, ni simulacros de diálogo ciudadano. Y el Legislativo, en su papel estelar: mudo, ciego y sordo, como el meme de los tres changuitos, pero en versión institucional.
La justificación es el plan Visión 2050 —otro documento que nadie ha leído— y el Plan Estatal de Desarrollo 2022–2027. ¿Y los proyectos? Un corredor ecológico (más cemento que árboles), el SITMA (que aún no despega), ciclovías (sin ciclistas) y un blindaje tecnológico-policial que suena a catálogo de gadgets caros y de dudoso impacto real.
Pero lo realmente grotesco es la opacidad. No hubo foros ciudadanos ni dictámenes comparativos. El Congreso se tragó la lengua, y mientras los diputados se hacían los ofendidos por la falta de respeto, también ellos faltaban al respeto a la ciudadanía. Porque, recordemos, están ahí para auditar, no para aplaudir de pie.
Y mientras aquí se juega con el presupuesto como si fuera Monopoly, el embajador de Panamá en México, Abraham Martínez Montilla, tuvo que venir a recordarnos que la transparencia y el Estado de derecho son la clave para atraer inversiones. Pero no, aquí seguimos firmando cheques en blanco y tomando decisiones “a lo oscurito”, como si el futuro de Aguascalientes fuera cosa de compadres y comadres.
Para colmo, los diputados del guinda y el verde montaron su selfie de reconciliación: “Ya no nos apuñalaremos por la espalda”, dijeron sonrientes. Pero bastaron horas para que “Iron Man región 5” se reuniera, como siempre, con los titiriteros del poder local. Qué rápido se les acaba la unidad cuando alguien agita un cacahuate.
La foto fue tan creíble como un pacto de honestidad farisea. La oposición en Aguascalientes no se opone: se acomoda. Se sacan fotos para agradar al centro del país, pero aquí, en el lunar azul, sabemos que la traición no es estrategia, es costumbre.
Y mientras tanto, ¿quién vela por el buen uso de esos 3,300 millones? Nadie. No hay cronogramas, ni fideicomisos auditables, ni mecanismos ciudadanos de seguimiento. Solo promesas vagas. “No hagan cosas buenas que parezcan malas”, dice el refrán. Aquí, ni lo uno ni lo otro: todo huele a lo peor.
Como diría el gran Francis Underwood:
“Tusk entiende la diferencia entre dinero y poder. Eso es precisamente lo que lo hace peligroso. Él no mide su riqueza en jets privados, sino en almas compradas.”
Y no, no somos santos ni venimos de hacer la primera comunión. Pero sí da vergüenza ajena ver cómo un estado con gente brillante, con historia de esfuerzo y liderazgo, está siendo cooptado por intereses baratos y oportunistas de nuevo cuño. Muchos recién llegados con más ambición que visión, que en vez de construir, están parasitando el futuro del estado.
Cerramos con la pregunta que lanzó Enrique Krauze ayer:
¿Poder para qué?
Y con la respuesta de Octavio Paz:
“Con el poder puede hacerse mucho daño y poco bien.”
¿Será ese el legado que quieren dejar quienes hoy mandan? ¿Será ese el papel que quiere firmar nuestro Congreso de acciones afirmativas, más afirmativas con el poder que con el pueblo?
Mientras no respondan, seguiremos empujando la roca.