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MÉXICO Y EL CONFLICTO EN MEDIO ORIENTE

Edgar Obed Márquez Martínez | 20/06/2025 | 18:01

El actual enfrentamiento entre Irán e Israel forma parte de un proceso más amplio de tensiones regionales, cuyas consecuencias podrían tener eco en distintas latitudes del mundo, incluida América Latina. Como en las grandes confrontaciones del siglo XX, se están delineando bloques con intereses y visiones del mundo profundamente distintos. Y aunque la guerra ocurra a miles de kilómetros, sus efectos podrían sentirse también en México.
La enemistad entre Irán e Israel tiene raíces antiguas, alimentadas por conflictos territoriales, diferencias religiosas, competencia regional y la influencia de potencias externas. La reciente escalada ha sido provocada por ataques, represalias, y un creciente involucramiento de actores como Estados Unidos y Rusia, que convierten el conflicto bilateral en una amenaza de guerra regional o incluso global.
 
Por un lado, está el bloque occidental encabezado por Estados Unidos, que respalda abiertamente a Israel, acompañado por Reino Unido, la Unión Europea y aliados regionales como Arabia Saudita. Del otro lado, Irán cuenta con el apoyo diplomático o estratégico de Rusia, China, y grupos como Hezbolá, Hamás y los hutíes en Yemen. Este segundo bloque, más difuso pero creciente, cuestiona el predominio político y económico que durante décadas han ejercido las potencias occidentales y propone nuevas formas de liderazgo y cooperación.
 
Sin embargo, al interior de ambos bloques hay tensiones latentes. En el caso del bloque occidental, Trump y sus políticas antinmigrantes, los aranceles contra países aliados y socios comerciales y su visión aislacionista han debilitado la cohesión interna del bloque. En el otro frente, las diferencias entre los intereses de China, Rusia e Irán —económicos, culturales y militares— también generan fricciones que podrían aflorar si el conflicto se extiende.
En este contexto, México queda en una posición delicada. Por un lado, nuestra relación económica con Estados Unidos es vital: más del 80% de nuestras exportaciones van al norte. Por el otro, el discurso de la Cuarta Transformación ha coqueteado con una retórica más antiyanqui.
 
La creciente tensión por temas migratorios, las amenazas arancelarias y la presión sobre el narcotráfico minan la confianza mutua. Si México no toma una postura clara o, peor aún, si insiste en una ambigüedad ideológica disfrazada de neutralidad, corre el riesgo de perder aliados sin ganar nuevos socios confiables.
 
Tradicionalmente, México ha seguido una política exterior basada en la autodeterminación de los pueblos, la no intervención y la neutralidad. Esta doctrina ha permitido a nuestro país navegar conflictos internacionales sin involucrarse directamente. Sin embargo, el escenario global actual exige algo más que prudencia diplomática: exige claridad estratégica. No se trata de abandonar nuestros principios históricos, sino de actualizarlos para que respondan con firmeza ante un orden mundial en transformación.
 
Una confrontación directa entre Irán e Israel podría incendiar Medio Oriente, elevar los precios del petróleo, frenar el comercio internacional y agudizar la polarización global. Para México, esto podría traducirse en impactos económicos por la disrupción en las cadenas de suministro, tensiones en la frontera sur por una mayor presión migratoria, y una menor cooperación internacional en materia de seguridad si los recursos globales se desvían hacia el conflicto. A eso se suma un posible aislamiento diplomático si no se define una política exterior clara justo cuando más se necesita.
 
El desarrollo de este conflicto refleja más que una disputa regional: es parte de un proceso más profundo de reconfiguración del orden internacional. México, fiel a su tradición de política exterior basada en la neutralidad y el respeto a la autodeterminación de los pueblos, debe evaluar cómo actualizar estos principios para responder a los nuevos retos globales sin perder su vocación pacifista.
 
En la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, México supo leer el contexto global para nacionalizar el petróleo y redefinir su papel en la escena internacional. Hoy, la pregunta es qué papel histórico puede desempeñar en medio de este nuevo reordenamiento mundial. La respuesta dependerá de la presidenta: si actúa como estadista frente al panorama internacional o como mandataria de una república bananera. Por lo pronto, Trump ya le canceló la reunión que tenían prevista en el G7.
 
En este nuevo orden que se está gestando, no basta con ondear banderas de neutralidad: hay que construir alianzas inteligentes, defender principios democráticos y ejercer una política exterior con dignidad y visión. 
 
A toro pasado
Andy López Beltrán ha descubierto el poder de lo superfluo. Al puro estilo “fosfofosfo”, sigue la receta de Samuel García: declaraciones frívolas para ganar reflector —¿recuerdas los suelditos de cincuenta mil pesos y lo duro que es el golf?—. En política, ser banal pero visible parece más rentable que ser coherente pero invisible. Al final, la frivolidad vende… y posiciona.