Hace unos días tuve la oportunidad de participar en una tanda de primeras comuniones, eran cerca de 50 niños. A lo largo de los años que tengo de sacerdote ya he visto desfilar muchos rostros de niños que con emoción se acercan a recibir por vez primera a Jesús en la Eucaristía.
En esta ocasión llamó mi atención un niño que desde que estaba formado para recibir la Comunión no dejaba de llorar. Lloraba con sentimiento, su llanto no era el de alguien temeroso, sino el de un niño que bien sabía que en aquel pedazo de pan se escondía Dios mismo.
Muchos de nosotros llevamos años comulgando, algunos diariamente. Al recordar el rostro del niño, la pregunta parece obligada: ¿nosotros aún nos acercamos a la Eucaristía con ese “temor” reverencial? O por el contrario, hemos hecho del Pan bajado del cielo un alimento tan cotidiano que hemos perdido la capacidad de asombrarnos frente al milagro que Dios realiza diariamente en la Iglesia.
¿Qué camino podemos tomar para recuperar la reverencia y amor a la Eucaristía? Para muchos el camino es la formación, y en parte tienen razón. A ninguno de nosotros nos haría mal volver a leer los artículos del Catecismo sobre la Eucaristía. Sin embargo, un conocimiento meramente intelectual no basta para amar a tan gran sacramento.
Estoy convencido que el camino para recuperar el amor a Jesús Eucaristía es el de la adoración. Benedicto XVI, en su viaje a Colonia en Alemania decía: “la adoración no es un lujo, sino una necesidad”. Sólo la adoración puede suscitar el amor a la Eucaristía y también el respeto a la misma.
San Agustín al reflexionar sobre el salmo 104 se da cuenta que la invitación a “Buscar el rostro del Señor” no vale sólo para esta vida; vale también para la eternidad. “El descubrimiento del «rostro de Dios» no se acaba jamás. Nos dice el santo de Hipona: “Cuanto más entramos en el esplendor del amor divino, más bello es seguir adelante en la búsqueda, de forma queen la medida en que crece el amor, crece la búsqueda de Aquél que ha sido encontrado”
La invitación a buscar el rostro de Dios es para todos, en medio de una sociedad como la que nos toca vivir sin duda alguna que la adoración al único Dios que se nos ha revelado en Jesucristo es el camino para lograr evitar el extravío del corazón creyente que nos hace no olvidar a Aquel por quien vivimos, nos movemos y somos.