Viernes 13 de Junio de 2025 | Aguascalientes.

Democracia y la Inteligencia Artificial

Francisco Santiago | 11/06/2025 | 11:49

Los usuarios de las redes sociales nos hemos convertido, muchas veces sin saberlo, en rehenes de la información que constantemente proporcionamos a los servicios en línea. Dejamos huellas digitales en TikTok, Instagram, Microsoft, Google, YouTube y ahora también en plataformas de inteligencia artificial como ChatGPT,el mundo digital nos ha convertido en un enjambre de datos que son utilizados por un sinnúmero de empresas para posicionar productos, servicios e incluso ideologías y campañas politicas.
 
Con una sola consulta a Google, se activa un sofisticado embudo de segmentación que recopila y clasifica nuestros datos, los cuales luego se monetizan. Esta transformación es aceptada por nosotros mismos al otorgar, con ligereza, permisos de acceso a nuestras ubicaciones, preferencias e historiales de navegación.
 
La creación de la economía digital ha reconfigurado las estategias de mercadotecnia, que hoy se ven potenciadas por el uso intensivo de la inteligencia artificial. Hemos caído, casi sin darnos cuenta, en un juego diseñado para el scroll infinito, donde el tiempo de permanencia en pantalla se convierte en moneda de cambio y control de atención.
 
Un caso paradigmático del uso indebido de datos personales fue el escándalo de la empresa británica Cambridge Analytica. En 2018, se reveló que esta compañía vulneró la privacidad de 87 millones de usuarios de Facebook, accediendo no solo a sus perfiles, sino también a los de sus contactos. A partir de esa información recolectada sin consentimiento, se construyeron perfiles psicológicos para diseñar propaganda política personalizada, explotando las emociones, creencias y comportamientos de los usuarios.
 
Este uso no autorizado de datos con fines políticos fue especialmente relevante durante la campaña presidencial de Donald Trump en 2016 y en el referéndum del Brexit. El caso desató un amplio debate sobre la ética del manejo de datos personales, la responsabilidad de las plataformas digitales y el impacto de las tecnologías emergentes en la democracia.
 
Es indispensable tomar conciencia de los rastros digitales que dejamos y de la información que divulgamos, pues permiten la intromisión de terceros en nuestra vida privada. Además, estos datos son procesados por algoritmos desarrollados por equipos multidisciplinarios para influir en nuestras decisiones, particularmente durante procesos electorales. Nos enfrentamos, así, a una sofisticada forma de manipulación que atenta contra la libertad de pensamiento y la transparencia democrática.
 
Las tecnologías digitales avanzan a un ritmo vertiginoso, mientras que los marcos regulatorios se ven rebasados por esa misma velocidad. Herramientas como el internet y las redes sociales han alcanzado una adopción masiva sin precedentes gracias a la conectividad global. A diferencia de inventos como la prensa escrita o el teléfono, que tardaron décadas o incluso siglos en consolidarse, estas nuevas plataformas se han integrado a nuestras vidas en cuestión de años.
 
El caso de Cambridge Analytica mostró cómo los algoritmos de machine learning pueden ser empleados para manipular la opinión pública mediante el uso de datos personales, sin transparencia ni rendición de cuentas. Pero hoy enfrentamos un desafío aún más complejo: la aparición de los agentes conversacionales basados en inteligencia artificial.
 
Estas herramientas simulan conversaciones cada vez más naturales, ofreciendo respuestas que parecen humanas. A diferencia de los antiguos chatbots, que seguían rutas predefinidas, los nuevos sistemas comprenden el contexto, adaptan el lenguaje y mantienen diálogos fluidos.
 
Esto representa un riesgo significativo: la ilusión de estar interactuando con una persona real puede inducirnos a otorgar confianza y credibilidad a información sesgada o directamente falsa. Estas herramientas no solo responden, también pueden influir, persuadir y moldear opiniones. La diferencia entre hablar con una máquina y un ser humano se vuelve cada vez más difusa, lo cual plantea dilemas éticos profundos.
 
Además, los agentes conversacionales pueden utilizar expresiones humanas a través de interacciones en tiempo real, no solo por texto, sino también mediante voz e imagen, generando una experiencia mucho más envolvente. Esta capacidad incrementa el potencial de manipulación, con impactos que podrían superar los ya problemáticos efectos de Cambridge Analytica.
 
Es urgente evaluar el impacto de estas tecnologías en nuestra privacidad y exigir mecanismos que regulen y transparenten su uso. Por ejemplo, debe ser obligatorio indicar en redes sociales y plataformas digitales cuándo se está interactuando con una inteligencia artificial, y qué tipo de datos está recopilando. Estas acciones son clave para salvaguardar nuestra identidad digital y evitar ser objeto de campañas de desinformación.
 
La supervisión de estas herramientas no puede quedar en manos exclusivas del mercado o de las propias empresas tecnológicas. Se requiere una acción concertada entre gobiernos, organismos internacionales, universidades y sociedad civil para garantizar estándares éticos en el diseño y uso de sistemas de inteligencia artificial.
 
Es necesario que las empresas que desarrollan y emplean estas herramientas sean responsables ante la sociedad. Deben advertirnos de forma clara cuando estamos interactuando con una máquina, proteger nuestros datos personales y promover el uso ético de estas tecnologías. Esto no implica frenar la innovación, sino encauzarla hacia fines que respeten la privacidad, la democracia y los derechos humanos.
 
Estamos inmersos en una era digital que ofrece oportunidades sin precedentes, pero también riesgos significativos. La economía de datos y el avance de la inteligencia artificial han transformado radicalmente nuestra relación con la información, la privacidad y la verdad. Como ciudadanos, debemos informarnos, ser críticos y exigir transparencia en el uso de las tecnologías emergentes. Solo así podremos aprovechar su potencial sin convertirnos en víctimas de su mal uso. La regulación, la ética y la conciencia digital no son obstáculos al progreso, sino condiciones esenciales para construir una sociedad más justa, informada y democrática.