Domingo 8 de Junio de 2025 | Aguascalientes.

La curaduría del espejo

Ikuaclanetzi Cardona González | 07/06/2025 | 20:23

En ciertos salones de paredes invisibles, la legitimidad no se conquista. Se concede. Se otorga como una dádiva silenciosa, un gesto de inclusión en el orden estético de lo aceptable. Allí, las palabras no deben cortar, sino asentir; no deben incomodar, sino encajar en el mobiliario reconocible.
 
Es un arte antiguo, casi litúrgico. Se elige al texto que no descompone la vitrina. Se selecciona como el que acomoda una pieza en el escaparate. Por su textura grata, por su tono neutro, por su capacidad de no desplazar a nadie del centro. Todo lo demás -lo que arde, lo que se enrosca, lo que incomoda el protocolo- queda fuera. No por su calidad, sino por su insistencia en existir fuera del marco.
 
Los textos verdaderos, esos que no solicitan indulgencias, a menudo no pertenecen a ningún catálogo. Nacen fuera de las listas, sin membrete y sin cortesía. No son obras seleccionables, sino artefactos -a veces incómodos, a veces dispersos- que no buscan clausura, sino fractura.
 
A ellos se les niega la legitimidad no por error, sino por método. Son los que osan señalar sin levantar la voz, los que escriben desde la herida sin exhibir la sangre. Son también los que sobreviven a los ciclos de consagración porque no fueron diseñados para adornar el tiempo.
 
Borges intuyó que toda forma de reconocimiento es, en parte, una ficción útil. Lo esencial, decía, permanece oculto -como las bibliotecas invisibles donde los libros más peligrosos son precisamente los que nunca se encuentran-. Así, ciertos textos no circulan, no por su carencia, sino por su exceso de verdad.
 
Tal vez ese sea el consuelo, si acaso es necesario alguno; que los textos no admitidos, no celebrados, no citados en los folletos, siguen siendo leídos con una intensidad que no puede fingirse. Porque en un tiempo donde lo decoroso sustituye a lo verdadero, escribir algo que no se pueda exhibir sin riesgo es ya una forma de resistencia.
O un desliz que, con el tiempo, alguien terminará llamando mérito.