Aunque he tenido todo tipo de experiencias profesionales, la academia se mantiene como una de mis pasiones. Sin embargo, me temo que algo en su interior está cambiando para mal.
El año pasado en Monterrey, platicando con un amigo contemporáneo mío, me dijo “no entiendo: siento que mis hijos [ambos universitarios] estudian poco, y sin embargo no les va mal en calificaciones. No es fácil despegarlos de sus celulares para poder platicar con ellos, así que tampoco se cuánto están aprendiendo”. Entonces le dije que muy probablemente poco: en mi experiencia docente con universitarios en la Ciudad de México, éstos no sólo cada vez leen menos, sino que además cada vez entienden menos de lo que leen. Y esta no es la única de mis lamentaciones. También el año pasado estrené un curso de Computación. Porque la gran mayoría de las lecturas en el plan de estudios tenían a hombres como autores, mi supervisor académico no pidió ningún cambio, excepto por agregar la siguiente nota: “estoy consciente del sesgo masculino de mi lista de lecturas, pero declaro que no hay nada intencional: es sólo un reflejo de cómo se ha desarrollado el campo de la Computación, y espero que el futuro arregle este desequilibrio”. “No me siento cómodo con este tipo de notas”, me dijo mi supervisor, “pero es una buena defensa contra feministas buscapleitos”. Por último, pero no menos triste, más recientemente asistí, en otra universidad, a un seminario dirigido a estudiantes y maestros titulado“ el arte de ser post humano”(la idea básica era tomar consciencia de que todo, incluyendo las rocas [sic], puede tener una consciencia).
¿Qué está pasando con nuestras universidades?, ¿Por qué ahora?,¿Qué deberíamos hacer al respecto? Como dijimos en un artículo anterior, estas preguntas no son fáciles de contestar: son instituciones complejas que forman parte de un mundo no menos complejo. Sin embargo, no creo que el actual conflicto Trump vs Harvard, descrito en ese artículo, sea una buena salida.
En 2021 J.D. Vance, el actual Vicepresidente de EUA (entonces no lo era), dio una conferencia pública titulada “Las Universidades son el Enemigo” [sic].Sin desconocer que se trató de un discurso político significativamente sesgado, confieso que por mis experiencias contadas arriba, su espíritu resonó en mí. Una de las lamentaciones de Vance tuvo que ver precisamente con la popularidad de ideologías woke entre los universitarios. Otra tuvo que ver con el poder de las universidades como árbitros de la verdad. Como bien escribe Ikram Antaki en su El Manual del Ciudadano Contemporáneo, hay dos tipos de inteligencia: la razón y la inteligencia práctica. Ninguna es mejor que otra. Sin embargo, porque no es fácil enseñar la segunda a través de libros porque es un arte, es despreciada por las universidades.Yo no creo que esto sea bueno: en su The Best and the Brightest de los 1970s,David Halberstam documentó que durante la guerra de Vietnam las “recomendaciones de los ‘genios’ de Kennedy que desafiaban al sentido común” no fueron pocas. Pero, a diferencia de Vance, tampoco creo que una buena manera de arreglar este desequilibrio sea liquidar las universidades.
Las universidades nacieron con ayuda de inteligencias prácticas: comerciantes de la Europa de fines de la Edad Media que veían buena para sus hijos la educación que entonces la Iglesia proporcionaba a sus ministros. Desde entonces, los enormes beneficios que han traído las universidades a la humanidad han hablado por sí solos. Pero es innegable que necesitan cambiar. El detalle es cómo.
En un ensayo reciente en The New York Times titulado “Harvard Derangement Syndrome” sobre el conflicto Trump vs Harvard, el psicólogo Steven Pinker, profesor de la misma universidad, describe las ideas de Vance como tratar de acabar con una enfermedad matando al paciente. Sin embargo, reconoce el mismo Pinker, la misma autonomía que las vuelve, bueno, autónomas, también debilita sus incentivo sa ser responsables y a cambiar.
El problema es complejo, pero la Historia nos dice que no imposible. Gracias a la Contrarreforma, hace 500 años la Iglesia católica no sólo se autorrenovó, sino que además salió fortalecida de su enfrentamiento con la Reforma protestante. Como la Iglesia entonces, en nuestras universidades no falta gente inteligente. Aunque el sistema universitario del siglo XXI no tiene un “Sumo Rector”, un Presidente como el de Harvard podría, y de hecho creo que lo está intentando, encabezar una “Contrarreforma” universitaria universal: a su favor están el prestigio y la solidez material de la primera universidad establecida en EUA.
Cierro este artículo casi como el anterior. ¿Por qué debería importarnos todo esto? ¡Por amor a nuestros ancestros ya nuestros hijos!: no cuidar nuestras instituciones de educación superior, un logro de siete siglos, sería un crimen contra las generaciones del futuro.