Sábado 7 de Junio de 2025 | Aguascalientes.

Cerebros en disputa, el nuevo territorio de la política.

Ricardo Heredia Duarte | 05/06/2025 | 11:33

En este país donde los memes se reproducen más rápido que los conejos de TikTok y las ideas profundas tienen menos “likes” que una receta de avena, lo que está en juego no es quién gobierna, sino quién controla el relato. La narrativa. El cuento. La percepción. El frame. El choro mareador.
 
Y aquí es donde empieza el verdadero pleito, no entre Sheinbaum y la oposición, ni entre el PAN y Morena, ni siquiera entre Trump y Harvard. El pleito real es por nuestra mente. Por la tuya, la mía y la de la comadre que solo ve los titulares antes de indignarse en el “juasap” de la familia.
 
Desde hace tiempo, pero ahora más descaradamente, estamos en lo que algunos estudiosos llaman la era de las guerras cognitivas. Sí, guerras. Como las de antes, pero sin tanques, sin misiles, pero ahora con mucha dosis de hashtags, influencers de medio pelo y videos de YouTube que te dicen que todo es parte de un plan maestro (aunque no entiendas bien de qué va la conspiración, pero suena cañon).
 
El periodista y analista Daniel Iriarte le puso nombre y apellido al asunto en su libro Guerras Cognitivas, donde explica cómo los gobiernos y grupos de poder ya no quieren solo nuestro voto u aprobación, quieren hackearnos la cabeza. Literal. Buscan convertirnos en defensores voluntarios de la causas que nos manipulan. Que creamos que decidimos por nosotros mismos un discurso que, en realidad, nos fue metido como cuchara caliente en sopa fría.
 
Y esto no es paranoia nivel “se inyectan grafeno por el 5G”. Es real. Un estudio de 2023 del NATO Strategic Communications Centre of Excellence reveló que el 70% de las campañas de desinformación detectadas en redes sociales provenían de actores estatales, y al menos el 60% de ellas buscaban dividir a los ciudadanos, no ganar guerras en el campo, sino romper sociedades desde adentro.
 
En México, esto se siente como un mal remake de una serie que mezcla ciencia ficción con chisme de lavadero. La Cuarta Transformación vive obsesionada con la idea de que hay un bloque conservador que la quiere sabotear (y a veces sí, no lo vamos a negar), y la oposición se ha vuelto una especie de coro griego que solo repite “dictadura, dictadura, dictadura” sin ofrecer más alternativa que el “no somos ellos”.
 
Y así vamos, cayendo todos en la trampa. ¿Qué Claudia le contesta al FMI con tono de “nosotros no pedimos prestado, somos la 4T, entiéndanlo”? Aplausos del público cuatroteista. ¿Qué Loret, Brozo y los nuevos profetas de la verdad hacen maratones de indignación? Reacciones automáticas de la otra mitad del país. Aquí nadie busca la verdad, lo que se busca es confirmar lo que ya crees.
 
Mientras tanto, allá arriba en los “unites”, en el imperio del trumpismo recargado, el otra vez presidente gringo ha decidido que su enemigo esta vez no son los migrantes (bueno, también), ni los chinos (bueno, ellos siempre), sino Harvard. Y Yale. Y todas las universidades que no enseñan a decir “yes sir” y en cambio promueven cosas tan peligrosas como el pensamiento crítico.
 
¿Y por qué les tiene tanto odio? Porque representan algo que no puede controlar, gente que piensa. Según un informe del Institute for Democracy and Higher Education, la participación política de los estudiantes universitarios en EE.UU. creció del 52% en 2016 al 66% en 2020. No son mayoría, pero hacen ruido. Y eso a Trump le incomoda. Porque el ruido que no viene de su megáfono le parece subversión.
 
Y no está solo. Este tipo de ataques se multiplican por el mundo. En Turquía, en Rusia, en China, en Brasil… hasta en democracias que antes parecían inmunes. Las guerras cognitivas ya no son cosa de ciencia ficción, son lo que vemos cuando abrimos nuestro celular cada mañana.
 
¿Y nosotros? Aquí, en México, seguimos jugando a la política como si fuera lucha libre, con rudos y técnicos que se cambian de bando en cada elección, mientras detrás del show, alguien más está escribiendo el guion que todos repetimos sin pensar.
 
Así que no, la batalla no es por el petróleo, ni por los votos, ni por la silla presidencial. Es por nuestra mente. Por nuestra atención. Por lo que creemos que creemos. Y cada vez que damos un “me gusta” sin pensar, que compartimos una cadena sin verificar, o que nos indignamos por algo que ni leímos bien, estamos cediendo un pedacito de nuestra autonomía.
 
Porque al final, más allá de la polarización, los bots y la grilla de los círculos rojos, lo que está en juego es algo bien simple, nuestra libertad de pensar por nosotros mismos. No es algo que se defienda a gritos ni en Twitter. Se defiende en silencio, leyendo, dudando, haciendo preguntas incómodas. Se defiende en la sobremesa, en el aula, en la plática con nuestros hijos, con nuestra madre o esposa, o con ese amigo que vota distinto pero aún nos escucha.
 
Pensar no es moda. Es resistencia. Y en estos tiempos, eso es un acto profundamente humano…Animo.
 
"Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado."
 
George Orwell, 1984