“Allí donde la vida común vibra, la historia se mueve. Allí donde se apaga, todo se estanca y decae.”
En tiempos de desencanto y fatiga colectiva, surge una pregunta esencial: ¿de qué fuerza invisible dependen la vitalidad, la creatividad y la capacidad de transformación de una sociedad? El filósofo y sociólogo alemán Hartmut Rosa ha comenzado a dar respuesta a este interrogante a través de un concepto que apenas está siendo explorado por la ciencia social: la energía social.
En su reciente artículo “Energía social: comprender este poder es fundamental para la supervivencia de todos”, publicado en la revista ZEIT (febrero de 2025), Rosa profundiza en esta idea que ya había esbozado en sus libros anteriores, como Resonanz (2016) y Unverfügbarkeit (2018).
A diferencia de nociones como el capital social o la cohesión institucional, la energía social hace referencia a una fuerza vital compartida, una capacidad colectiva de actuar, de crear, de resonar juntos. No se trata simplemente de tener redes o estructuras, sino de que en esas redes circule un impulso, un deseo, una voluntad común. Sin esa energía, las instituciones se vacían, los proyectos colectivos se marchitan, y las sociedades entran en un estado de parálisis afectiva.
El termómetro del nosotros
¿Cómo detectar esta energía? Rosa sugiere que se manifiesta en momentos de movilización cívica, en el surgimiento de movimientos culturales, en el florecimiento de iniciativas solidarias. Es una cualidad emergente, que no se decreta desde arriba, pero que sí puede ser favorecida o bloqueada por el marco político, por los liderazgos y por el modo en que las instituciones interpelan a los ciudadanos.
Es también profundamente relacional. En palabras de Rosa, una sociedad con alta energía social es aquella en la que las personas experimentan resonancia con su mundo, sienten que su voz importa, que sus acciones tienen eco, que forman parte de algo significativo. Por el contrario, la desvinculación, el cinismo y el aislamiento son síntomas de baja energía social.
Supervivencia en tiempos de fatiga
¿Por qué es urgente pensar en estos términos? Porque muchas de nuestras sociedades actuales incluyendo buena parte de América Latina y en especial México, enfrentan hoy un agotamiento profundo: la precarización de la vida, la aceleración sin sentido, la polarización política y la pérdida de horizontes comunes han erosionado esa fuerza vital compartida.
Como advierte Rosa, sin energía social no hay democracia viva, ni tejido comunitario, ni capacidad de responder juntos a los desafíos globales que enfrentamos: desde el cambio climático hasta las crisis económicas y culturales. Comprender cómo se genera, cómo se sostiene y cómo se puede regenerar esta energía es, literalmente, una cuestión de supervivencia social.
Regenerar lo común
¿Qué caminos se abren entonces? Rosa apunta a la importancia de propiciar experiencias de resonancia auténtica en todos los ámbitos: en la educación, en la cultura, en el Tequio en nuestro país y en espacios de participación ciudadana. También subraya el papel de liderazgos que no solo gestionen, sino que inspiren y convoquen a un nosotros activo y esperanzado.
Desde nuestra perspectiva latinoamericana, podríamos añadir que este proceso también requiere reconstruir confianza social y tejer nuevas narrativas colectivas que nos permitan volver a sentirnos parte de un proyecto compartido, comprometido, más allá de populismos, de verdadero rostro humanista nacional.
Quizás, en el fondo, la pregunta de Rosa es la misma que late en el corazón de toda verdadera política humanista: ¿Cómo volvemos a encender ese pulso invisible que hace que una sociedad esté viva?
Como él mismo sugiere: “La energía social no es un recurso que se acumula, es un movimiento que se cultiva. Y ese cultivo comienza por volver a escuchar el latido de lo común.”