Domingo 17 de Agosto de 2025 | Aguascalientes.

Los que lloran, los que mueven y los que cobran

Sísifo | 03/06/2025 | 11:08

Lo verdaderamente fascinante de las elecciones mexicanas no está en los discursos ni en los spots, sino en los sótanos de la política, donde se reparten sobres cerrados, se cruzan listas y se organizan operativos con una precisión que haría palidecer a cualquier CEO de logística electoral. Esta semana, entre rumores, trascendidos y facturas políticas adelantadas, se supo que desde el gobierno de Aguascalientes —ese bastión azul donde hasta los semáforos votan por Acción Nacional— se distribuyó un acordeón que incluía, atención, los nombres de Loretta Ortiz y Yasmín Esquivel, ambas ministras morenistas de la Suprema Corte, para refrendar sus cargos.
 
Sí, leyó usted bien. Mientras a nivel nacional las dirigencias opositoras se desviven en berrinches mediáticos y memes de bajo presupuesto, aquí los azules entienden que la política se hace en el territorio… y también en los pasillos judiciales. Porque más allá de los discursos sobre la “defensa de la democracia” y la “autonomía de poderes”, la elección de las ministras mostró que el gobierno local prefirió asegurar el paso de perfiles menos radicales que permitir que Lenia Batres —la favorita de la 4T más dura— presidiera la Corte.
 
Y es que la memoria política es selectiva por conveniencia, pero algunos todavía recordamos cuando, en la legislatura pasada, los senadores opositores se dedicaron a batear todas las ternas enviadas por López Obrador, más por berrinche que por estrategia. Resultado: el presidente aplicó el dedazo directo y colocó a Batres en la silla ministerial. Hoy, los costos de aquella postura reactiva se pagan con maniobras forzadas, llamadas a deshoras y movilización de burócratas locales.
 
De acuerdo con los resultados preliminares de estas elecciones, en Aguascalientes la estructura azul obtuvo un margen de más de 30 puntos porcentuales sobre Morena en la movilización para esta elección judicial. Un dato que revela no solo la fortaleza de su estructura, sino también el rezago organizativo de los guindas en plazas clave. Y ojo: es secreto a ocho columnas de que dos de los tres grupos de Morena en Aguascalientes tienen acuerdos subterráneos con los azules en lo local, según reportan los propios operadores de ambos bandos. Aquí no hay buenos ni malos, solo intereses que se acomodan según la coyuntura.
 
Y mientras en Veracruz y Durango la marca Morena perdió terreno —sí, en Durango los logos del PRI y del PAN desaparecieron de la boleta, escondidos tras una candidatura común que resultó rentable—, Movimiento Ciudadano, con todo y su dirigente bailador y su proclividad etílica, se sacó la lotería electoral en varios municipios sin ni siquiera comprar el boleto. En Durango capital, su candidato mandó al tercer lugar al apadrinado del “cachorro del bienestar”. Y en Veracruz, ese estado que vota como electrocardiograma en crisis, ganaron municipios que ni en sus fantasías más osadas soñaban.
 
Lección no aprendida: para quienes insisten en creer que el ciudadano vota por puro impulso, cuidado. En estas elecciones quedó claro que, cuando la oposición sale a hacer política real —territorio, alianzas y acuerdos subrepticios— y no solo se victimiza desde Twitter, las cosas pueden cambiar. Lo paradójico es que Morena, el partido que presumía saberse las mañas del PRI, empieza a descubrir que sus conflictos internos y su temor al relevo generacional los pueden regresar al sitio donde, seamos honestos, muchos de sus dirigentes se sienten más cómodos: la oposición gritona, sin trascendencia ni agenda real.
 
Y para rematar: esa tentación boliviana de elegir ministros vía voto popular, sin una pedagogía cívica previa y sin condiciones reales de imparcialidad en la postulación, es un suicidio institucional. En México no tenemos tradición cívica judicial, ni jueces conocidos por sus comunidades. En Estados Unidos este modelo funciona en condados donde todos saben quién es el juez Jenkins, que vive en la misma cuadra desde hace 30 años y no en una mansión de estilo californiano.
 
Aquí, en cambio, sería una versión judicial de La Voz México: a ver quién tiene más espectaculares o TikToks. Y eso, señores, no es democracia, es un reality show.
 
Hasta aquí subió la roca.