Lunes 18 de Agosto de 2025 | Aguascalientes.

SÍSIFO TIENE CALOR

Ikuaclanetzi Cardona | Plano Informativo | 01/06/2025 | 09:36

Esta noche escribo tarde. Y enfermo. Con la cara ardiendo, la cabeza pesada y el cuerpo rendido. No es COVID -ya no da rating-, pero tampoco importa. El punto no soy yo, sino el cansancio. Porque este cuerpo doliente, que apenas se sostiene frente a la pantalla, no es solo mío. Es el de muchos. Es el del país entero. Es el cuerpo colectivo de una nación agotada.

México está exhausto. Literalmente. Por el calor que no cede, por la comida que ya no alcanza, por los trabajos que revientan y apenas pagan, por las noches sin sueño, por las medicinas que no hay, por el transporte que nunca llega. Por los muertos que se apilan sin justicia, por las promesas que no se cumplen, por los discursos huecos que cada tres  o seis años repiten el mismo conjuro cínico. Estamos cansados de todo. Y eso, aunque parezca un síntoma pasajero, es en realidad una estrategia de fondo.

Porque el cansancio -ese cansancio profundo, físico, emocional, político y moral- no es solo consecuencia. Es también método. Una forma de control. Un pueblo rendido es un pueblo dócil. Un pueblo sin energía no marcha, no exige, no se organiza. Un pueblo que vive al día, que lucha por llegar al fin de quincena, no tiene tiempo ni fuerzas para la indignación. Y lo saben.

Estamos en manos de un sistema que no necesita represión abierta para perpetuarse. Le basta con agotar. Le basta con dejar que el calor reviente cuerpos en zonas sin sombra, que los empleos temporales trituren la voluntad, que las escuelas se desplomen mientras se compra armamento, que las noticias horribles sean tantas que dejen de doler. No quieren ciudadanos. Quieren sobrevivientes.

Y aun así, cada día salimos. A empujar la piedra.

Como Sísifo. El castigo del mito griego es más moderno de lo que parece. No hay mejor símbolo para describir la rutina de millones que esa condena absurda de subir una roca sabiendo que volverá a caer. Camus lo sabía. Por eso dijo que había que imaginar a Sísifo feliz. No por masoquismo, sino por rebeldía. Porque si aun con todo el peso, uno elige seguir empujando, entonces el castigo ya no es castigo. Es decisión. Un gesto de dignidad.

Pero qué difícil resulta eso cuando no hay tregua. Cuando incluso respirar se ha vuelto una tarea costosa. Cuando la enfermedad ya no se cura, se tolera. Cuando el insomnio se vuelve parte del mobiliario. Cuando la violencia deja de escandalizar y se integra, como un fondo de pantalla, al paisaje cotidiano.

Nos hemos acostumbrado a vivir cansados. Y esa normalización es una de las peores derrotas. Porque si el cuerpo no puede descansar, el pensamiento tampoco. Si no podemos dormir, tampoco podemos soñar. Y sin sueño, no hay política. No hay imaginación del cambio. Solo repetición.

¿Qué nos queda? Nombrar el cansancio. No como una queja vacía, sino como un acto político. Reconocerlo en la voz quebrada del compañero de trabajo, en los ojos de la madre sola, en el alumno que bosteza porque viene sin desayunar. Y preguntarnos, al menos una vez, de quién es la culpa de que vivir se sienta así. Porque el agotamiento no es azaroso. Tiene responsables.

Tal vez no podamos soltar la piedra todavía. Pero sí podemos, al menos, dejar de cargarla en silencio.

¿Y si un día Sísifo ya no empujara?