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Columna semanal

German Retana | 27/05/2025 | 11:19

La pretensión de tener siempre la razón y de demostrar quiénes somos a través de lo que poseemos o de las posiciones que alcanzamos, nos aleja de nosotros mismos y de los demás. El apego a este tipo de pensamiento convierte la vida en las organizaciones en una especie de obra teatral, en la que interpretamos personajes en lugar de ser personas.

«Aquí sufrimos fingiendo ser quienes no somos, competimos para imponer nuestras opiniones, incluso a costa de la reputación de otros», me comentó un gerente en una consultoría. «No somos genuinos al conversar y por eso casi no avanzamos», agregó.

Cuando una persona con poder no examina con serenidad sus pensamientos —de donde surgen sus decisiones—, corre el riesgo de ser injusta: pierde credibilidad y aceptación. Quien se detiene antes de responder se guía por su conciencia. No reacciona, responde.

Los líderes genuinos comprenden que, al decidir desde su esencia —su ética—, inspiran respeto, confianza y transparencia. Denotan paz interior, compasión y ecuanimidad. Con autenticidad y valentía reconocen sus errores y regresan a su raíz más noble. ¡Integridad!

En mi constante interacción con gerentes que ejercen un liderazgo real, noto que, por lo general, son personas silenciosas y contemplativas. Reflexionan las situaciones. No sienten necesidad de sobresalir ni de hablar de más; por el contrario, escuchan y se escuchan…

Paradójicamente, con esa actitud demuestran una presencia profunda. No ansían tener respuestas para todo. Preguntan para ampliar su perspectiva. En las reuniones, conectan ideas y orientan al equipo a decidir en función de un propósito superior que les cohesiona.

Valorar enfoques distintos, incluso contrarios al propio, refleja una humildad que fortalece el sentido de pertenencia y disipa la ansiedad, el miedo y la ira. Los equipos así tienen humor y son exigentes: cuestionan con firmeza las ideas, pero sin menospreciar a las personas.

La sencillez, cuando es genuina, elimina los adornos y elementos meramente estéticos. En una organización realmente sencilla, el fondo prevalece sobre la forma, lo sostenible sobre lo pasajero, y la contribución sobre el deseo de reconocimiento momentáneo. Los títulos y las pleitesías ceden su espacio a lo esencial: sus valores y el cliente como centro.

Se llega más lejos con equipajes livianos. «El hombre que ha empezado a vivir seriamente por dentro, empieza a vivir sencillamente por fuera, afirma Ernest Hemingway. Eso sí: cuanto más auténtica es una persona en una empresa, más deja en evidencia a quienes no lo son.

Ser genuinos implica tener criterio propio y cultivar un pensamiento crítico. Significa cuestionarnos si, con nuestra actitud, estamos aportando al equipo nuestra mejor versión. Ya lo decía Gandhi, es «Vivir más sencillamente para que otros puedan sencillamente vivir».