De la vieja hipocresía a los nuevos cinismos
“Vivimos en una época donde ya no se oculta el deseo de dominar, humillar o exhibirse: se proclama como derecho.”
La antropóloga y doctora en comunicación Paula Sibilia ha descrito con lucidez el paso de las viejas formas de represión social a un presente donde el yo se exhibe sin pudor, bajo el mantra del “yo me lo merezco”. Esta consigna aparentemente inocente o incluso empoderadorarevela, sin embargo, una mutación profunda en el tejido moral de nuestras sociedades: hemos pasado de una cultura de la vergüenza a una cultura de la exposición obscena, donde el cinismo ya no se disimula, se celebra.
En estos días, México ha sido escenario de un lamentable espectáculo: un ciudadano arrodillado, sin ironía ni dignidad, ante un representante del autoritarismo travestido de legalidad. No se trató de una escena de reconciliación o de justicia simbólica, sino de una performance degradante, donde el poder se reafirma mediante la sumisión voluntaria. El Senado, ese recinto que debiera encarnar el debate y la dignidad republicana, se convierte en un teatro de vanidades y servilismos.
Freud lo advirtió con su habitual crudeza: “El malestar en la cultura” no solo nace del sacrificio pulsional exigido por la vida en sociedad, sino también de las estructuras que, bajo pretexto de orden, terminan generando nuevas formas de angustia y alienación. El espectáculo político de hoy no es sino un síntoma más de esa dislocación: ya no hay pacto simbólico, solo escenografía.
Lo que ayer se ocultaba con hipocresía la sed de poder, la manipulación emocional, la seducción del ridículohoy se expone con descaro. Hemos entrado en la era del nuevo cinismo, ese que no disfraza su intención ni oculta sus privilegios. En nombre del mérito personal, del derecho al reconocimiento, se pisotean los valores comunes.
Y sin embargo…
Frente a esta descomposición del sentido, cabe preguntarnos:
¿Qué estamos modelando como sociedad cuando aplaudimos la humillación si viene envuelta en espectáculo?
¿Quiénes somos cuando el narcisismo de unos pocos suplanta el bien común?
Tal vez, como decía Freud, haya que escuchar al síntoma, no para reprimirlo, sino para comprenderlo. Porque ahí donde el sujeto se arrodilla sin que nadie lo obligue, la cultura revela su fractura más honda.