Primero que nada, buenos días, estimados lectores de esta tierra donde el sol pega duro, el viento levanta tierra y las pasiones futboleras hierven más que el cazo de carnitas en domingo.
Esta semana arrancó con una de esas pequeñas alegrías nacionales: la derrota del equipo de fútbol más odiado de México… pero también, para nuestra desgracia, el más laureado. Sí, hablo de las Águilas del América, ese club que, como exnovio tóxico, uno dice detestar pero no puede dejar de voltear a ver.
Como diría aquel prócer michoacano —ex presidente de este país, causante de todos los males habidos y por haber, desde la extinción de los mamuts hasta el calentamiento global, según la 4T— “haiga sido como haiga sido”, los chamucos del Toluca, herederos del Grupo Atlacomulco y del olor a chorizo recién asado, fueron mejores que los azulcrema.
Lo interesante no fue tanto el triunfo escarlata, sino la derrota americanista, que se celebró en redes sociales como gol de último minuto en clásico de barrio. Porque, seamos honestos, en este país hay dos tipos de personas: los que odian al América y los que fingen no odiarlo.
Y mientras los boletos para asistir al vetusto Estadio Nemesio Diez costaban más que una ida en pareja al palenque de nuestra feria abrileña —con tequila, botana y foto con el artista incluida—, las imágenes de televisión nos regalaron la postal nostálgica del dueño de los Diablos, don Valentín Díez Morodo. Un guiño a aquellos años donde ir al estadio era plan familiar y no privilegio de influencers, políticos de medio pelo y empresarios de segunda que posan para la selfie.
Hoy, como en todo, ver el fútbol de calidad mediana (porque la Liga MX es más chafa que sorteo de candidaturas guindas en Morena) sólo se puede a través de las pantallas del duopolio televisivo, Televisa y TV Azteca. La raza nomás alcanza para la botana, la cheve y gritarle al árbitro desde la sala.
Felicidades a la afición choricera y a los ‘haters’ del América, que no son pocos. A los azulcrema, ánimo… bien jugado, pero para la próxima —que, como las buenas decisiones en la política nacional, no llegará pronto.
Y hablando de pleitos…
Dicen por ahí que no hay plazo que no se cumpla ni fecha que no se llegue. Y este próximo domingo 1 de junio, se enfrentarán en un simulacro democrático las huestes guindas contra la carísima maquinaria de azul, en este estado de la gente buena, donde hasta los pleitos de gallos tienen árbitro parcial.
Será una jornada para medir de qué lado masca la iguana: si de la legion extranjera que vino a apoderarse de la plaza o de los lugareños que, entre desconfianza y resignación, irán a cumplir con su voto y a ver si no les toca madruguete.
Lo preocupante —y aquí hay que ponerse serios aunque sea un párrafo— es que los ánimos están más caldeados que parrillada dominical, y que algunos actores políticos, que además de ilegales resultan poco éticos, andan metidos hasta la cocina. Ojalá, por el bien de todos, la sangre no llegue al río. No porque sea algo nuevo en nuestras tierras, sino porque este río ya lleva suficiente basura.
De cualquier forma, y aunque los pronósticos indican que todo está prácticamente decidido en lo local y con muy poco margen en lo federal, es momento de serenarse y recordar que ninguna elección vale una vida, ni la dignidad de una comunidad que, con todo y sus vicios, ha sabido salir adelante.
Hasta aquí subió la roca…
Y recuerden: en este país, todo pasa. Hasta que deja de pasar.