Por varios años he dictado un curso de principios de Economía en la Maestría en Administración de Empresas en el Tec de Monterrey en la Ciudad de México, y dedico la última sesión a introducir a los estudiantes a Behavioral Economics (todavía no tenemos una traducción al español generalmente aceptada, y en mi experiencia el uso de Behavioral Economics en la academia y en la industria en la Ciudad de México es común). La introduzco con el “Juego del Ultimátum”: un estudiante recibe gratis 100 pesos que tiene que compartir, a su elección, con un desconocido; el estudiante le hace una propuesta de repartición; el desconocido sólo puede responder “sí” o “no”; si acepta, recibe lo que le ofrecieron; si rechaza, nadie recibe nada; ambos jugadores conocen todos los detalles del juego.
Antes de continuar leyendo, te invito, querido lector, a jugar el juego anterior: ponte en el lugar del estudiante y piensa cuánto ofrecerías al desconocido.
Desde un punto de vista económico, es decir para maximizar ganancias, la única oferta racional es que el estudiante ofrezca 1 al desconocido y se quede con 99 (parafraseando a José Alfredo Jiménez, si el lector considera que un peso no vale nada, sólo cambie los pesos por Centenarios). Sin embargo, a pesar de lo simple del juego, a pesar de que se trata de estudiantes de posgrado con experiencia laboral, y a pesar de que están a punto de terminar un curso de Economía, la mayoría de mis estudiantes, en perfecta armonía con décadas de experimentación con este juego en numerosas partes del mundo a lo largo de décadas, hacen ofertas tipo 50-50 o 60-40. ¿Qué está mal: la gente o la predicción de los economistas? Hoy sabemos que ambas: los economistas seguimos creyendo que la generosidad per se no es racional desde un punto de vista económico, pero también aceptamos que los valores económicos no son los únicos ni los mejores y que la avaricia suele ser apreciada negativamente.
Los economistas llevamos ya casi medio siglo experimentando con juegos como el anterior que ponen a prueba la racionalidad económica de la gente. Aunque los hallazgos contrarios a nuestras creencias tradicionales no han sido pocos, la mayoría creemos que la Economía es una ciencia, en el sentido de que nuestra tarea es explicar el comportamiento del hombre, y la depuración resultante ha sido toda una disciplina hoy boyante llamada Behavioral Economics: análisis de decisiones reforzado con incomparablemente cuidadosas observaciones del comportamiento humano de los psicólogos. De hecho, los padres fundadores de este campo académico no fueron economistas, sino un par de psicólogos de Israel con sólidos conocimientos de Economía que en los 1970s dividieron su tiempo entre salones de clases universitarios y la unidad de Psicología del ejército de Israel: Amos Tversky y Daniel Kahneman, cuya historia ha sido contada bellamente contada por el escritor Michael Lewis en su libro The Undoing Project.
A principios de los 2000s, antes de su biografía de Tversky y Kahneman, Lewis jugó un papel clave en la popularización de Behavioral Economics en Estados Unidos con su Moneyball: la historia de un equipo relativamente pobre de béisbol, los Athletics de Oakland, que, desafiando décadas de tradición en la industria, empezó a tomar decisiones basadas en análisis estadísticos de datos, con éxitos espectaculares. La historia de Lewis cautivó e inquietó al público americano. Si en un negocio tan viejo, con tanto dinero en juego, y tan popular como el béisbol no sólo habían ignorado por tanto tiempo el análisis de datos en la toma de decisiones, sino también se habían opuesto a su uso, ¿No podría ser la misma historia en otras industrias? El resultado fue que todo mundo empezó a “moneybolear”, desde banqueros hasta políticos, pasando por médicos y abogados. Entonces un par de profesores universitarios, empujados por la popularidad de Moneyball, escribieron una reseña notando que la buena historia de Lewis no era más que un nuevo caso de comportamientos humanos irracionales que habían sido bien estudiados en la academia por años y cuya explicación parecía encontrarse en peculiaridades en la interacción entre la razón y las emociones (como en nuestro Juego del Ultimatum). El debate resultante catapultó de inmediato a Kahneman a la fama, amplificada todavía más poco después por su Thinking, Fast and Slow de 2011: sus Sistema 2 (su nombre para la razón) y Sistema 1 (el inconsciente) se volvieron virales. (Tversky había fallecido 15 años antes, antes de cumplir 60).
Por la creciente preocupación de que estamos entrando en tiempos cada vez menos racionales y por la universalidad de las ideas de Behavioral Economics, y si el interés del lector la sostiene, este artículo será el primero de una serie cuyo objetivo principal es ayudarnos a convertirnos en mejores tomadores de decisiones guiados por esta ciencia de lo irracional.
Curiosamente, y con el beneficio de poder ver hacia atrás, 500 años antes de Tversky y Kahneman, un par de frailes dominicos alemanes de la Inquisición publicaron un manual para combatir brujas donde describieron el funcionamiento de la mente humana en términos no muy distintos de los de nuestro par de psicólogos de Israel: a la mente la llamaron “entendimiento”; a los Sistemas 2 y 1 “angeles” y “demonios”, respectivamente; el nombre de los padres fue Heinrich Kramer y Jacob Sprenger; y el título del manual Malleum Maleficarum… pero ésta, es otra historia…