Lunes 2 de Junio de 2025 | Aguascalientes.

Violencia a la carta y políticos de utilería

Ricardo Heredia Duarte | 21/05/2025 | 11:35

El asesinato de Ximena Guzmán y José Muñoz, colaboradores cercanos de la jefa de Gobierno Clara Brugada, no es un hecho aislado ni un accidente fortuito de la violencia urbana. Es el más reciente capítulo de una larga y dolorosa saga que México ha decidido observar con indiferencia, resignación y, lo más alarmante, con oportunismo político.
Porque en este país, ya no se lloran las muertes, se administran. Se celebran cuando son del bando contrario y se minimizan cuando tocan al propio. Así de vulgar y de ruin se ha vuelto nuestra vida pública.
La Ciudad de México, que durante años se vendió como una isla de gobernabilidad en medio del naufragio nacional, está mostrando su fractura más profunda. No hay discurso triunfalista de seguridad que pueda sostenerse frente a una violencia que se pasea impune por las calles y que manda mensajes directos a los espacios de poder. Y mientras la sangre sigue corriendo, Morena se aferra a una soberbia que le impide reconocer sus errores, a una narrativa hueca que culpa al pasado pero que ya no ofrece futuro.
Pero tampoco hay oposición que valga. Lejos de construir una alternativa, la oposición mexicana se comporta como una triste galería de espectadores mezquinos, más interesados en contar cadáveres ajenos que en presentar una propuesta sensata. Incapaces de articular un proyecto de seguridad integral, se limitan a aplaudir las desgracias del adversario y a festinar los fracasos gubernamentales como si el saldo de muertos les concediera puntos electorales. Así de baja ha caído la política nacional.
Lo que resulta indignante es cómo, en medio de este desastre, han dejado solos a Claudia Sheinbaum y a Omar García Harfuch en la lucha contra el crimen organizado. Porque aunque uno pueda disentir de sus formas o decisiones, es innegable que, en un escenario donde el resto se esconde, son de los pocos que han asumido el costo político y personal de enfrentar a grupos criminales que ya no se conforman con operar en los márgenes, sino que buscan dictar las reglas del juego. Y los han dejado solos, expuestos, mientras unos se hunden en su soberbia y otros en su estulticia.
El crimen organizado ha entendido mejor que nadie las reglas no escritas de esta transición política, mientras los de arriba sigan peleando por el control de la narrativa y los de en medio por la administración de las plazas, ellos podrán seguir expandiendo sus dominios.
Más del 80% del territorio nacional enfrenta hoy algún grado de influencia criminal, y eso significa que más de la mitad de las decisiones políticas locales y regionales pasan, de forma tácita o explícita, por un aval criminal. Lo alarmante no es solo que esto ocurra, sino que ya ni siquiera incomoda a los poderosos.
Mientras tanto, en el terreno digital, la violencia simbólica y verbal se ha vuelto una costumbre. Las redes sociales, dominadas por algoritmos que premian la rabia y castigan la sensatez, son ahora el principal escenario de una guerra sucia en la que se persigue, se lincha y se deshumaniza al adversario, con la misma frialdad con la que se contabilizan muertos en los informes oficiales.
El problema ya no es solo de estrategias fallidas o de cifras maquilladas. Es de moral pública. De ética cívica. De la absoluta irresponsabilidad de una clase política que ha permitido que el país se les descomponga entre las manos mientras fingen que gobiernan o que se oponen.
Hoy, más que nunca, México necesita políticos que dejen de ver en la muerte un capital electoral y asuman que cada vida perdida es un fracaso colectivo. Que entiendan que combatir la violencia no es solo un asunto de seguridad pública, sino de dignidad y seguridad nacional.
Porque si seguimos administrando la violencia como hasta ahora, llegará un punto en que ya no haya país que disputar.Porque parece que se nos olvida, que detrás de cada muerto hay una familia rota, una vida truncada y un país que se desangra, mientras sus políticos hacen cuentas electorales. Y no hay narrativa que valga cuando la muerte toca la puerta de todos.
 
“Procure recordarque la tolerancia se convierte en un crimen cuando se tiene tolerancia con el mal.”
 
Thomas Mann