Sábado 31 de Mayo de 2025 | Aguascalientes.

POR UN PERRO Y UN MEZQUITE. SE ACABARON SUS AGACHONES

POR UN PERRO Y UN MEZQUITE. SE ACABARON SUS AGACHONES | 18/05/2025 | 12:35

 

Esta noche, curiosamente, no escribo tan molesto -aunque sí algo tarde- como es costumbre. De hecho, pese al pasar de las horas y los años, creo que hoy escribo más esperanzado que en mucho tiempo. Y es que, contrario al pueblo de “agachones” que adoraba la clase política de esta mini metrópolis -tan vertical en sus decisiones como en sus proyectos inmobiliarios venideros- el pueblo de Aguascalientes ha decidido -sorprendentemente- no quedarse callado. Y eso, por mínimo que parezca, ya ha comenzado a mover cosas.

En semanas recientes, dos hechos, distintos en naturaleza pero unidos en espíritu, nos recordaron que aún se puede. Que la indignación no es solo rabia estéril, sino también palanca. Hablo, por supuesto, del rescate de La Pona y de las movilizaciones ciudadanas tras el atroz caso de Loba. Ambos sucesos detonaron protestas. Y aunque no fueron manifestaciones desbordadas en número, sí fueron voces firmes, consistentes, con mucho valor. En un estado donde la protesta aún es vista con un mero interés partidista -o si no lo ven así, es motivo de burla y descalificación-, levantar la voz requiere más coraje que volumen.

El caso de La Pona es paradigmático. Años de abandono, de litigios turbios, de planes de “urbanización” disfrazados de progreso. Pero ahí está, resistiendo, con sus mezquites y su memoria, lista para ser declarada en su totalidad como un área natural protegida gracias a una presión social sostenida que -a diferencia de la voluntad política- no se dispersó con el pasar de las lunas. No fue un decreto benevolente. Fue un logro ciudadano. Uno que sabe mezclar el activismo con la estrategia.

Y luego está Loba. Un nombre entre tantos que se convirtió en emblema. Lo que comenzó como la denuncia de un acto cruel pronto se transformó en una ola de reclamos que no se detuvo ante oficinas. Se exigió justicia, sí, pero también sirvió para apuntar directamente a otros maltratadores con una impunidad impresionante. Policía, delegaciones, a la misma lógica de impunidad con la que suele blindarse el abuso. Por primera vez en mucho tiempo, no solo se lamentó un crimen. Se cuestionó un sistema.

Ambos casos nos enseñan que el poder, cuando se enfrenta con persistencia, puede tambalear. Que no hay decreto eterno, ni silencio absoluto. Que incluso aquí, donde tantos se acostumbraron a obedecer sin chistar, ya hay quien le toma gusto a la rebeldía.

No, no estamos frente a una revolución. Pero tampoco estamos igual. Algo ha comenzado a romperse. Tal vez el miedo. Tal vez la resignación. Tal vez ese veneno lento que nos hizo creer que nada servía para nada. Lo cierto es que Aguascalientes está despertando. Y lo está haciendo no desde la pirotecnia ideológica, sino desde la defensa de lo concreto. Un árbol, un perro, una dignidad.

Un personaje del que no recuerdo el nombre, pero me resuenan sus palabras, escribió que la libertad no es algo que se mendiga. Se toma.  Asumo yo que lo sabe bien quien vivió bajo la dictadora argelina o la opresión sudamericana -diferentes en contextos, equiparables en el dolor de un pueblo-. Y eso, justamente, parece estar ocurriendo aquí. Una reapropiación silenciosa del derecho a decir basta. Porque la libertad no llega por decreto, ni por campaña, ni por cortesía institucional. Llega cuando la gente, simplemente, deja de agachar la cabeza.

Hay quienes dirán que es poco. Que se trata solo de un terreno protegido y de un caso aislado de crueldad. Pero quien dice eso no entiende nada de símbolos. Porque el poder se construye a base de gestos. Y también se derrumba con ellos.

Hoy, al menos por esta noche, no escribo con rabia. Escribo con respeto por quienes han salido a la calle. Por quienes insisten. Por quienes exigen, gritan y resisten. Porque no importa si eran pocos. Eran suficientes.

Y sí: todavía hay mucho por cambiar. Las cúpulas siguen intactas, las inercias políticas también. Pero si algo hemos aprendido en estos días es que ya no basta con lamentarse. Hay que actuar. Hay que nombrar. Hay que denunciar. Y, cuando haga falta, hay que marchar.

Porque los árboles tienen raíces, y los pueblos, memoria.