Sábado 31 de Mayo de 2025 | Aguascalientes.

McMafia, visas, maletas e influencers

Ricardo Heredia Duarte | 16/05/2025 | 12:58

Dicen que cada prohibición es una oportunidad para el ilícito. Y en México eso lo hemos aprendido a golpes y a billetazos. Desde los tiempos de las guerras del opio, los humanos nos hemos especializado en encontrarle la vuelta a la ley. Hoy, no muy diferente a entonces, aquí se sigue traficando de todo: armas, personas, combustibles y ahora hasta seguidores.

Lo del huachicol, por ejemplo, debería ser tema de escándalo nacional todos los días, pero ya no sorprende a nadie. Miles de millones se siguen escapando por ductos perforados con total impunidad. Comunidades enteras dependen de esa economía paralela. Y no es cosa de unos cuantos improvisados con bidones. Esto funciona porque hay autoridades mirando para otro lado y estructuras institucionales que en lugar de frenar, participan. La red de complicidades es tan vieja como sofisticada y hoy ese crudo mexicano llega no solo a Estados Unidos, sino hasta Asia.

Si uno se pone a pensar, la verdadera tragedia no es que exista el crimen organizado. Lo grave es que las autoridades llevan décadas sabiendo cómo opera y no hacen nada efectivo para frenarlo. Y cuando reaccionan, ya van tres o cuatro pasos atrás. Porque mientras los gobiernos discuten competencias y soberanías, los cárteles ya abrieron nuevas rutas, montaron empresas fachada, compraron funcionarios y hasta influencers.

Y sí, el tráfico de personas es ahora una de las ramas más rentables. Lo que antes se limitaba a esclavizar africanos en barcos negreros, hoy se repite con migrantes centroamericanos, caribeños, sudamericanos y hasta africanos que cruzan por México con la esperanza de llegar a Estados Unidos. Cobran por cruzar la frontera, por no ser secuestrado, por dejarte subir a una bestia oxidada. Miles se quedan en el camino, otros terminan en manos de mafias que los usan como mercancía. Y todo bajo la mirada cómplice o cobarde de gobiernos que prefieren hacerse de la vista gorda.

Lo peor es que esta cultura de ilegalidad se ha vuelto aspiracional. Hoy ya no necesitas tener una plaza o un rancho para presumir poder. Hoy basta con tener miles de seguidores, una camioneta de lujo y un corrido dedicado. La fama exprés que antes se conseguía en televisión ahora se compra en redes sociales. Los jóvenes ya no quieren ser doctores ni ingenieros, quieren ser famosos, tener una troca blindada y una Glock en la cintura. La tragedia de la influencer ejecutada en vivo o los artistas que terminan muertos por meterse con quien no deben, ya no son noticia, son parte del espectáculo cotidiano.

Los corridos tumbados son otro reflejo de este desastre. La música que antes contaba hazañas y tragedias, ahora normaliza levantones, ejecuciones y negocios sucios como si fueran parte de la rutina. La apología del crimen dejó de ser algo oculto y se volvió mainstream, porque a muchos les resulta más rentable presumir su cercanía con narcos que defender una carrera honesta.

Y aquí viene la pregunta que incomoda: ¿qué hacemos frente a esto? Porque está claro que solos no podemos. El crimen organizado dejó de ser local hace décadas. Hoy funciona como una multinacional con operaciones en varios países, lavadoras financieras, políticos a sueldo y abogados de despacho de lujo. Y mientras el gobierno federal y los estatales se pelean por competencias y declaraciones, ellos compran aeropuertos, puertos, ductos y candidatos.

No se trata de entregar el país ni de convertirnos en un protectorado de nadie. Pero sí de entender que el combate al crimen organizado exige niveles de cooperación internacional reales, no simulaciones de cumbre. Es hora de dejar los discursos patrioteros y entender que este monstruo ya rebasó fronteras, ideologías y partidos.

Y hablando de partidos… qué poco se habla de la responsabilidad de quienes postulan a delincuentes disfrazados de candidatos. Se llenan la boca de democracia y patria, pero se hacen de la vista gorda cuando los billetes llegan a las campañas. Lo peligroso no es que existan los cárteles, sino que estén incrustados en las boletas.

Así que sí, esta cruzada apenas comienza y no la vamos a ganar con slogans ni retórica vacía. Nos toca en lo individual y en lo colectivo. Desde quien denuncia hasta quien vota. Desde quien expone hasta quien señala. Porque si no lo hacemos, pronto no quedará ni país que defender ni soberanía que presumir.

El crimen dejó de ser clandestino. Hoy camina de traje y corbata, patrocina influencers, compra conciertos y hasta impone candidatos. Y si no entendemos eso, la pesadilla apenas va comenzando.