En un mundo donde las capas de nuestra identidad se superponen como un complejo tapiz, la perspectiva interseccional nos invita a examinar cómo el género se entrelaza con otras dimensiones de nuestra existencia, creando experiencias únicas de privilegio y opresión.
Este mes, mientras reflexionamos sobre los avances y retrocesos en materia de igualdad, vale la pena preguntarnos: ¿estamos realmente considerando todas las voces en nuestras luchas por la justicia de género?
Cuando hablamos de igualdad de género, con frecuencia se nos presentan cifras, reformas legales y programas institucionales. Pero hay una fuerza cotidiana, silenciosa y profunda que sigue siendo invisibilizada: el trabajo de los cuidados. Esa red amorosa y persistente de madres, abuelas, hermanas y mujeres jefas de familia que sostienen comunidades enteras desde el anonimato del hogar o desde el cansancio acumulado de las dobles y triples jornadas.
¿Quién cuida cuando las políticas públicas no llegan? ¿Quién acompaña a los hijos cuando la escuela falla o el sistema de salud excluye? ¿Quién protege, alimenta y educa en los márgenes de la violencia y la precariedad? La respuesta es clara: las mujeres. Y no desde una romantización del sacrificio, sino desde una realidad estructural de desigualdad que debemos denunciar y transformar.
El trabajo de los cuidados no es solo una responsabilidad individual o familiar: es un asunto político. En un país donde más del 70% del trabajo no remunerado recae sobre las mujeres, hablar de interseccionalidad es también visibilizar cómo esta carga se intensifica cuando además se cruza con la pobreza, la violencia, el racismo o la discapacidad.
El movimiento feminista contemporáneo enfrenta el desafío de trascender visiones monolíticas. No basta con hablar de “problemas de mujeres” como si todas compartieran idénticas circunstancias. La verdadera solidaridad requiere reconocer que nuestras luchas están conectadas pero no son idénticas.
En el contexto actual, con el auge de discursos regresivos y polarizantes, resulta crucial construir alianzas que reconozcan estas complejidades. Las políticas públicas necesitan incorporar análisis interseccionales para no perpetuar desigualdades incluso cuando pretenden combatirlas. Los espacios educativos deben fomentar conversaciones que visibilicen estas realidades entrecruzadas.
Por eso, desde este espacio, propongo un cambio de enfoque: pasar del reconocimiento simbólico al compromiso institucional. Políticas de corresponsabilidad, sistemas nacionales de cuidados, presupuestos con perspectiva de género y la valorización económica del trabajo doméstico no remunerado son pasos urgentes. Porque cuidar también es luchar. Y esa lucha merece justicia, dignidad y equidad.
La transformación comienza cuando nos atrevemos a mirar con otros ojos: los de quienes sostienen la vida sin descanso.
La pregunta permanece abierta: ¿estamos dispuestos a ampliar nuestra visión para construir un feminismo verdaderamente transformador que no deje a nadie atrás?
Gwendolyne Negrete es Politóloga, presidenta fundadora de MUJERES JEFAS DE FAMILIA A.C.