Dr. José Mauricio López López | 04/05/2025 | 10:02
Una inmersión en la psicología del poder
Desde las advertencias de Maquiavelo hasta los estudios contemporáneos en psicología social, una verdad incómoda se repite con persistencia: el poder rara vez premia la virtud, y casi siempre celebra la audacia. En los entramados del poder político, empresarial o institucional, no siempre asciende el más capacitado, sino el más estratégico, el más obediente… o el más temerario.
Este fenómeno se explica, entre otros factores, por lo que la sociología denomina homofilia estructural: la tendencia de quienes ocupan el poder a rodearse de personas que les son similares en pensamiento, valores, clase social o incluso nivel de competencia, (más bajo que el propio). Esta afinidad refuerza el statu quo y cierra el paso a quienes piensan diferente o desafían las lógicas populistas dominantes.
A esto se suma el ya conocido efecto Dunning-Kruger, esa ilusión cognitiva por la cual los menos competentes sobrestiman sus habilidades, mientras los más preparados suelen dudar de sí mismos, normalmente por un principio de ética y valores. Así, el liderazgo se llena de voces vacías, confiadas, que suenan fuerte… y que terminan ocupando los espacios donde la humildad y la reflexión no caben.
El poderoso como advertía Maquiavelo no busca rodearse de los más brillantes, sino de los más leales. La lealtad, incluso ciega, se vuelve más deseable que la competencia. Y así, la mediocridad se perpetúa como garantía de permanencia.
Otro fenómeno clave es la fusión de identidad, en la que los individuos diluyen su yo personal en el colectivo. Cuando esto ocurre, el seguidor ya no defiende ideas, sino símbolos. Ya no evalúa la competencia del líder, sino que lo asume como extensión de sí mismo. Y por eso, aunque ese líder sea torpe, autoritario o incompetente, su figura se vuelve incuestionable: es “uno de los nuestros”.
¿Quién se atreve a decirlo en voz alta? Que muchos de los que gobiernan no saben, no piensan, no sienten. Pero saben obedecer. Y eso, para ciertos sistemas de poder, es más que suficiente.
A esto se suma otro sesgo devastador: la necesidad de cierre cognitivo. En tiempos de crisis o incertidumbre, las masas no buscan a quien piense mejor, sino a quien diga algo rápido, claro y contundente, aunque sea falso. El mediocre triunfa porque ofrece certezas, y las certezas, en un mundo temeroso, valen más que la verdad.
Vivimos tiempos donde el talento incomoda, donde el pensamiento crítico se convierte en amenaza, y donde el silencio del incompetente es más rentable que la voz del académico.
Epílogo con memoria
Recuerdo una escena que me marcó profundamente. Fue durante una estancia como becario en Washington D.C., en una capacitación internacional sobre políticas laborales. Al iniciar la primera clase, nos recibió un personaje notable: el primer ministro de Educación del gobierno sandinista de Nicaragua, ahora exiliado. Su rostro sereno contrastaba con la pregunta que nos lanzó sin rodeos:
“Si ustedes tuvieran una responsabilidad de liderazgo en sus países… ¿a quién elegirían para acompañarlos? ¿A sus amigos, compadres y gente leal… o a personas capacitadas y preparadas para ejercer esa función?”
El silencio fue breve. Luego, una avalancha de respuestas que aún resuena: el 98% de mis compañeros respondió sin titubear que preferirían a sus amigos, compadres y personas leales, solo dos, votamos en sentido contrario, el compañero de Paraguay y un servidor. El exministro guardó unos segundos de silencio y luego, con tristeza más que con juicio, dijo:
“No hay remedio con nosotros los latinos… seguimos prefiriendo la lealtad, el amiguismo, la complicidad e incluso los sesgos ideológicos, antes que el mérito, la preparación o la solvencia ética.”
Aquella escena no fue una anécdota menor. Fue una radiografía.
Una advertencia viva sobre lo que aún arrastramos como cultura política: la dificultad para romper con la lógica de clan, la resistencia a profesionalizar el liderazgo, y a honrar la función pública, tienen miedo a rodearse de personas que piensen distinto… pero mejor.
Dr. José Mauricio López López
Psicólogo clínico, psicoterapeuta, ensayista y divulgador de la conciencia social. Doctor en Educación y especialista en salud mental.