Gwendolyne Negrete Sánchez | 28/04/2025 | 10:28
El fenómeno del reclutamiento de jóvenes por parte de los cárteles mexicanos ha evolucionado dramáticamente en la era digital. Lo que antes dependía de conexiones territoriales y presencia física, ahora se ejecuta con la frialdad calculada de musicabélica, corridos tumbados, algoritmos y la sutileza de un lenguaje cifrado en redes sociales.
El reciente estudio publicado por El Colegio de México revela una perturbadora realidad: existe un lenguaje codificado de emojis que funciona como puerta de entrada al submundo criminal.
La cuestión aquí es profundamente interseccional y resulta imposible ignorar cómo las variables de género moldean tanto el reclutamiento como sus consecuencias.
Los jóvenes varones son captados mediante promesas de poder, dinero y estatus —representados por emojis de armas, fajos de billetes y coronas— mientras que el acercamiento a las mujeres jóvenes suele seguir patrones distintos, apelando a la seguridad económica o mediante técnicas de enamoramiento digital y aquí les explico la diferencia.
Estas "promesas de poder, dinero y estatus" conforman una triada seductora específicamente diseñada para explotar las vulnerabilidades masculinas en contextos de exclusión social. En plataformas como TikTok o Instagram, los reclutadores proyectan una masculinidad hiperbolizada: videos con armas chapadas en oro, camionetas blindadas de alta gama y una aparente impunidad ante autoridades. Lo que en realidad se vende es una fantasía de ascenso social inmediato, una vía rápida hacia el respeto que la sociedad convencional les niega. El emoji del águila y la serpiente, la corona o el puño cerrado funcionan como símbolos de un poder territorial que promete convertir a adolescentes invisibilizados en figuras temidas y respetadas en sus comunidades.
La ostentación digital no es casual. El Colegio de México documenta cómo el algoritmo de TikTok favorece la viralización de contenidos que exhiben riqueza súbita, creando una falsa percepción de accesibilidad a estos estilos de vida. Un joven en Michoacán o Tamaulipas puede ver decenas de videos diarios donde supuestos "halcones" o "sicarios" presumen fajos de dólares que se ganan en un solo día equivalentes al salario anual de sus padres. Esta constante exposición normaliza no solo el origen ilícito del dinero sino que romantiza los riesgos asociados, presentándolos como un precio razonable por la promesa de reconocimiento social y poder adquisitivo instantáneo.
De igual manera las "técnicas de enamoramiento digital" dirigidas hacia ellas, constituyen una forma sofisticada de captación con claros sesgos de género. Los reclutadores se presentan también en Instagram o TikTok con perfiles cuidadosamente fabricados que proyectan opulencia y estabilidad financiera. Comienzan con interacciones aparentemente inocentes —likes estratégicos, comentarios halagadores, mensajes privados casuales— para establecer una conexión emocional progresiva. La táctica, conocida coloquialmente como "amor narco", emplea bombardeos de atención y afecto virtual que derivan en invitaciones a lugares exclusivos, regalos costosos y promesas de protección en entornos donde el Estado ha fallado sistemáticamente en garantizar seguridad.
El estudio del Colmex documenta que estos depredadores digitales analizan meticulosamente las publicaciones de sus objetivos, identificando vulnerabilidades emocionales, frustraciones económicas o conflictos familiares para personificar la "solución ideal" a estas carencias. Los emojis de corazones, diamantes y aviones privados funcionan como un subtexto que normaliza la narcocultura bajo el disfraz del romance, mientras que la constante exhibición de símbolos de estatus crea una fantasía de movilidad social instantánea particularmente efectiva en contextos de desigualdad estructural.
La vulnerabilidad no es neutral al género. En comunidades donde la marginación económica se entrecruza con la falta de oportunidades educativas, los cárteles han perfeccionado su narrativa digital para presentarse como alternativa al Estado ausente. Las redes sociales, que deberían ser espacios de conexión, se transforman en territorios de captación donde cada scroll puede significar un paso hacia la criminalidad.
La respuesta legislativa es apenas un primer paso de una solución que debe ser multidimensional. Más allá de la prohibición de corridos en lo que se le llama “apología del delito”, urge una alfabetización digital con perspectiva de género que dote a las y los jóvenes de herramientas críticas para decodificar estos mensajes y reconocer sus peligros subyacentes.
Las intersecciones entre tecnología, criminalidad y género demandan políticas públicas que trasciendan lo punitivo y aborden las causas estructurales que hacen efectivo este reclutamiento digital. Mientras no existan alternativas reales de desarrollo, los corridos y los emojis seguirán siendo anzuelos eficaces en la pesca de futuros sicarios, "halcones" y “buchonas” en los mares turbulentos de las redes sociales mexicanas.