Si alguien ve al Secretario de Servicios Públicos y a sus directores —sí, esos que se supone encabezan las cuadrillas del municipio de las aguascachondas— háganles el favor de avisarles que hay chamba por hacer. Dicen que el alcalde, ese multitask del volante, la brocha y el megáfono, anda tan desvelado que ya no se le distinguen los ojos: solo se le ven dos bolsas, tamaño doméstico, por sus patrullajes nocturnos.
Y mientras él intenta ser el Batman municipal, uno se pregunta: ¿entonces para qué demonios existen más de 8,200 empleados municipales en la nómina? ¿Para qué los mandos medios, altos y de altísimo vuelo (los que están el AIFA) que, según fuentes del mismo palacio chico, son legión? ¿Será que con tanto personal, el alcalde se sintió solo y decidió hacer él mismo las rondas?
Ya lo dice el dicho: ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre. Es cierto, no está mal acompañar al personal de limpia y demás servicios públicos y barrer tantito la calle, pero gobernar también es ejecutar con cabeza, no solo con escoba en mano. Porque, díganme ustedes, ¿de qué sirve tener secretarios, coordinadores, directores, subdirectores y asesores si el que sale a aventar agua a las banquetas es el mismísimo alcalde?
Y no es por intrigar, pero algunos malpensados aseguran que el recién nombrado secretario ya despacha más que el edil. ¿Será que ya abdicó, cansado de tanto selfie con escoba?
Y hablando de cosas que parecen broma pero son reales: esta semana, una activista decidió protestar por la instalación de un “antimonumento” en plena Plaza Principal. Un murito sin gracia, sin diseño, sin consulta y sin sentido. Un bloque de concreto plantado en el centro como si fuera metáfora del pensamiento urbano de algunos funcionarios: gris, frío e innecesario. Nadie sabe quién lo autorizó, pero ahí esta, como un monumento al absurdo.
En fin. Mientras el alcalde sigue sin dormir y la administración municipal funciona como si no existieran 8 mil empleados, el espectáculo continúa. Ojalá alguien le eche una mano, o al menos una almohada, antes de que un día de estos amanezcamos con la noticia de que el presidente municipal colapsó en plena esquina, megáfono en mano, tratando de convencer a una luminaria fundida de que brille de nuevo.
Hasta aquí subió la roca…