Sábado 31 de Mayo de 2025 | Aguascalientes.

La clase media dolida: entre la nostalgia y el porvenir

Dr. Mauricio López | 19/04/2025 | 22:44

En un país donde las encuestas insisten en que somos felices, la realidad se encarga cada día de recordarnos lo contrario: precariedad, incertidumbre, violencia, fragmentación. ¿Cómo explicar esta aparente contradicción? ¿Cómo entender que, en medio de la desigualdad más brutal, la población mexicana se perciba a sí misma cómo contenta?
 
Una de las claves, poco explorada en el discurso público, es la crisis simbólica de la clase media. Esa franja social que durante décadas sostuvo el imaginario del progreso, del esfuerzo recompensado y de la movilidad posible, hoy se encuentra atrapada en un limbo emocional, político y económico. Ni representada ni escuchada, ni empoderada ni organizada, la clase media mexicana ha sido desplazada, silenciada y, en muchos casos, avergonzada de su propio lugar incierto.
 
El sociólogo François Dubet, en su libro La época de las pasiones tristes, ofrece una lectura poderosa del malestar contemporáneo. Nos dice que las sociedades ya no funcionan en torno a grandes causas colectivas, sino que están atravesadas por emociones individuales como el resentimiento, la frustración o la tristeza. Las desigualdades ya no se viven como injusticias organizables, sino como fracasos personales. Y en ese terreno, el sujeto se aísla, se culpa, se desconecta del otro.
 
Ese proceso ha hecho estragos en la clase media. Acostumbrada a pensarse como protagonista del desarrollo, ve cómo se desmoronan las certezas que la sostenían: el título universitario ya no garantiza empleo digno, la vivienda es cada vez más inaccesible, los servicios públicos colapsan, y el temor al descenso se convierte en
una angustia diaria. Como señaló el sociólogo Pierre Bourdieu, no se trata solo de pérdida material, sino de colapso simbólico: perder el lugar que se ocupaba en el mundo. A diferencia de las clases populares, que hoy reciben visibilidad mediante programas sociales, o de las élites, que conservan el control del discurso, la clase media vive un desplazamiento silencioso. No protesta porque no sabe desde dónde hacerlo. No se organiza porque ha perdido el relato. Mira hacia abajo con miedo, hacia arriba con rabia, y hacia los lados con desconfianza. Se individualiza. Se repliega. Se calla. Esa herida, sin embargo, no es una condena. Es también una posibilidad. Una señal de que estamos ante el fin de un ciclo y el inicio de otro. Porque si la clase media logra reconocerse en su vulnerabilidad y no en su pretendida autosuficiencia puede emerger una nueva conciencia, no basada en el privilegio, sino en la responsabilidad social.
 
Autores como Axel Honneth y Nancy Fraser han insistido en que no basta con redistribuir recursos: también hay que restituir reconocimiento. Y eso es lo que la clase media necesita hoy. Reconocerse y ser reconocida como parte de un proyecto colectivo. Volver a mirar al otro con empatía y no con sospecha. Comprender que
su dolor es parte de una trama social más amplia, y no un castigo personal.
 
Pero ese terreno no está vacío. El populismo ha sabido ocuparlo con eficacia. No porque proponga soluciones estructurales, sino porque capta emocionalmente al sujeto dolido, lo interpela, lo nombra. El populismo no organiza el malestar, lo dramatiza. No construye ciudadanía, construye adhesión emocional. Sustituye la
política por el espectáculo, y en ese escenario, desplaza a quienes piensan, a quienes trabajan silenciosamente desde la razón y la ética.
 
Muchos de esos desplazados -académicos, líderes sociales, exfuncionarios, activistas, pensadores- hoy viven su propio exilio simbólico. Fueron sacados de la conversación pública, caricaturizados como "tecnócratas" o "enemigos del pueblo", cuando en realidad representaban la posibilidad de una política decente, reflexiva y
articulada. A ellos también va dirigido este texto. A quienes no se rinden. A quienes aún creen que la palabra puede transformar, que la ética puede sostenerse incluso cuando el ruido intenta ahogarla. Porque sí, es posible construir otra narrativa desde la clase media. Una narrativa que no se base en el mérito frustrado ni en el miedo a caer, sino en el deseo de reconstruir el lazo social. Que no mire al pasado con
nostalgia, sino al futuro con responsabilidad. Que recupere el lenguaje como herramienta para pensar, y no como arma para dividir.
 
México necesita una nueva conciencia social, tejida desde la herida, desde la fragilidad compartida, desde la memoria del país que fuimos, y la esperanza del país que aún podemos ser. Quienes tomen esta bandera, quienes puedan aglutinar en torno a este sentir, seguramente darán un nuevo rumbo y sentido.
 
Hoy más que nunca, hay que pensar. Y pensar en voz alta.