Sábado 31 de Mayo de 2025 | Aguascalientes.

Innovar sin I+D: El absurdo modelo mexicano

Erika Muñoz Vidrio | 16/04/2025 | 12:39

¿Puede un país aspirar al liderazgo global si no invierte en conocimiento propio?
 
México quiere competir con Alemania, exportar como Corea del Sur y atraer inversiones como Vietnam. Pero hay un pequeño detalle que seguimos ignorando: no invertimos en investigación.
 
En 2024, destinamos menos del 0.5% del PIB a ciencia, tecnología e innovación. Una cifra que palidece frente al promedio de la OCDE (2.7%) y que, con toda franqueza, revela una contradicción estructural: queremos liderar sin generar conocimiento. Mientras países como Israel invierten más del 5% de su PIB en I+D, en México seguimos celebrando la manufactura como si bastara con ensamblar el futuro ajeno.
 
¿Cómo aspiramos a la soberanía tecnológica si seguimos dependiendo de la ciencia, los procesos y las patentes de otros?
 
Un modelo agotado: ensamblar no basta
 
Durante décadas, México ha sido reconocido por su eficiencia manufacturera. Somos ágiles en ensamblar, cumplir y exportar. Pero el nuevo paradigma económico ya no premia únicamente la productividad: hoy se compite con inteligencia, talento y diferenciación tecnológica. Nuestras industrias —automotriz, aeroespacial, agroindustrial, tecnológica— enfrentan una transformación sin precedentes: electrificación, automatización, trazabilidad, reducción de huella ambiental. Sin embargo, seguimos sin una política nacional sólida que articule al aparato productivo con el ecosistema científico y tecnológico.
 
La paradoja es evidente: en lugar de desarrollar nuestras propias soluciones, seguimos comprando la innovación que otros países cultivan con disciplina y visión estratégica. La falta de inversión en investigación y desarrollo no solo limita nuestra competitividad, sino que perpetúa la dependencia tecnológica. Mientras el mundo se rearma con chips, algoritmos, inteligencia artificial y transición energética, nosotros seguimos reaccionando con rezago, sin una agenda clara de innovación industrial.
 
Invertir en conocimiento es una decisión de Estado
 
Invertir en ciencia no es un lujo, es una decisión de país. Investigación y desarrollo (I+D) no se trata solo de laboratorios: es el proceso sistemático para generar nuevo conocimiento, aplicarlo a problemas reales y transformarlo en innovación, productividad y soberanía tecnológica.
 
Es imposible hablar de transformación productiva sin hablar de propiedad intelectual, de investigación aplicada, de formación avanzada en ciencia de materiales, robótica, automatización, biotecnología o análisis de datos. Y sin embargo, en los planes nacionales, estos temas suelen ocupar un lugar marginal o ser tratados de forma decorativa, sin presupuestos proporcionales ni visión de largo plazo.
 
Más preocupante aún es que, mientras el mundo impulsa la educación STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) como base de la innovación, en México se han tomado decisiones que restan importancia a estas disciplinas dentro del nuevo modelo educativo. ¿Cómo vamos a construir un país basado en el conocimiento si le damos la espalda a las áreas que lo hacen posible?
 
Tampoco se trata de esperar a que el Estado lo haga todo. Desde la iniciativa privada, desde las cámaras, las universidades y los centros de innovación, hay una responsabilidad compartida. Pero el entorno importa. La falta de incentivos fiscales, la ausencia de fondos competitivos, la escasa articulación institucional y la incertidumbre regulatoria frenan los esfuerzos de quienes sí quieren innovar. A pesar de los discursos oficiales, el país sigue sin generar un ecosistema de innovación que permita a las empresas —grandes y pequeñas— transitar hacia modelos de mayor valor agregado.
 
Aguascalientes: voluntad local frente a un entorno adverso
 
Aguascalientes posee un ecosistema industrial dinámico, talento técnico calificado y una administración estatal que ha apostado por la innovación. Iniciativas como la colaboración con el Consejo para el Fomento al Ecosistema de Tecnología e Innovación (COFETI) y los programas de desarrollo para líderes empresariales son prueba de ello. Este modelo de trabajo cercano entre gobierno e industria ha permitido avanzar en temas clave como automatización, manufactura avanzada y sostenibilidad. 
 
Sin embargo, estos esfuerzos locales enfrentan un entorno federal profundamente adverso. En 2025, el presupuesto nacional asignado a ciencia, tecnología e innovación fue de apenas 57.8 mil millones de pesos, lo que representa el 0.16% del PIB: el nivel más bajo desde 2008, según México Evalúa. 
 
Esta cifra está muy por debajo del 1% recomendado por la UNESCO como umbral mínimo para el desarrollo científico sostenible.
 
Esta falta de respaldo no es solo un problema presupuestario: es una señal política. Un país que no invierte en ciencia está renunciando, de facto, a su derecho de competir con dignidad. Mientras otras economías avanzan con estrategias coordinadas para escalar en la cadena global de valor, México corre el riesgo de convertirse en un país que produce mucho… pero piensa poco.
 
Una política nacional de innovación no puede esperar más
 
Por eso urge una visión integral. Necesitamos una política nacional de innovación que esté a la altura de los desafíos globales: que conecte la educación técnica con la industria, que financie proyectos de desarrollo tecnológico con retorno medible, que incentive la transferencia de conocimiento, que proteja la propiedad intelectual mexicana y que garantice condiciones para que nuestros investigadores no tengan que buscar oportunidades en el extranjero.
 
Y también necesitamos una narrativa distinta: dejar de ver la ciencia como un gasto y empezar a verla como lo que es —el cimiento de la competitividad futura. En pleno 2025, no podemos seguir pensando que el desarrollo de México dependerá solo de maquilar para otros. El verdadero salto está en diseñar, en patentar, en liderar tecnológicamente. Y eso requiere más que talento: requiere decisión.
 
Reflexión final: El futuro no se improvisa, se invierte
 
No se puede hablar de competitividad sin hablar de ciencia. No se puede aspirar al liderazgo si se debilita la infraestructura del conocimiento. México no puede seguir atrayendo inversión con ventajas de bajo costo mientras posterga el salto hacia el valor agregado. Y no hay narrativa de transformación que se sostenga cuando se descuida lo más valioso: la capacidad de innovar, de crear tecnología propia, de generar soluciones que nos diferencien en el mundo.
 
No se trata solo de atraer plantas: se trata de construir soluciones propias.
No se trata solo de crecer: se trata de evolucionar.
No se trata solo de producir más rápido: se trata de pensar más lejos.
Y no se trata solo de reaccionar a las tendencias globales, sino de anticiparlas.
 
La verdadera soberanía industrial no vendrá de lo que fabriquemos con las manos, sino de lo que diseñemos con la mente. Por eso, más que una exigencia presupuestal, esto es una decisión de rumbo:
¿Queremos ser país de talento subcontratado o nación de soluciones propias?
La respuesta no está en los discursos. Está en lo que estamos dispuestos a sembrar hoy.
Porque el futuro, ese que tanto nos prometemos, no se improvisa. Se invierte.