Viernes 18 de Abril de 2025 | Aguascalientes.

CANTARLE AL VERDUGO

Ikuaclanetzi Cardona González | 12/04/2025 | 12:29

Hoy, escribo como siempre: tarde, molesto y con mi pluma -teclado- temblando. Porque esta semana, entre iniciativas de ley, narcocorridos y más de una declaración vacía, me vi obligado a volver al eterno dilema entre censura y libertad. Entre cultura y crueldad. Apología y evidencia.
Así que, tenemos que arrancar poniéndolo claro: en México, los narcocorridos son cultura. Sí, cultura. Nos guste o no, en ellos se registran -cual acta notarial de la descomposición- la jerarquía del terror, la estética del miedo, y la fantasía de poder que acompaña al que no tiene nada y quiere todo. Reflejan una realidad social, una visión del mundo, un retrato descarnado del país que, como dijo Jean-Paul Sartre, “no se define por lo que hacen de él, sino por lo que él decide hacer con lo que hicieron de él”.
Y sin embargo, hay días en los que esa balanza que alguna vez se inclinó hacia la libertad de expresión comienza a flaquear. Hoy, por ejemplo. Hoy, que escuché durante apenas una hora los testimonios de las madres buscadoras en el Rancho Izaguirre. Las palabras de esas mujeres me desbarataron más que cualquier corrido de Gabito Ballesteros. Más que lo innovador y único que ha sido Peso Pluma. Más que cualquier trap sierreño de Junior H sobre cuerpos enterrados y fajos de dinero.
Porque lo que ellas narran no cabe en una canción. Porque la sangre que derraman no se lava con un remix. Y porque la moda de los “alucines” -esos adolescentes que juegan a ser narcos porque su referente cultural inmediato es un sicario convertido en influencer- no es una etapa, es una bomba de tiempo.
Ahí es donde me quiebro. Ahí es donde me pregunto si, como país, realmente estamos cantándole al verdugo mientras cava nuestra tumba. Si de verdad creemos que un niño que tararea la historia de un jefe de plaza terminará eligiendo otro camino. Si no será que al repetir esas letras una y otra vez, normalizamos la ejecución, legitimamos el poder del miedo y convertimos en héroes a quienes sostienen el infierno con una mano mientras cargan un rifle con la otra.
Y no, no soy ingenuo. Sé que prohibir no erradica. Que vetar no educa. Que silenciar no transforma. Pero también sé que las palabras tienen peso. Y que en este país las canciones se convierten en himnos, y los himnos en aspiraciones.
Bradbury imaginó un mundo donde los libros eran incendiados por el simple hecho de hacer pensar. En Fahrenheit 451, escribió: “No se puede fundar una civilización sobre el miedo, el odio y la crueldad”. Pero México, a veces, parece empeñado en demostrar que sí se puede. Que no solo se puede, sino que se hace con ritmo, autotune y con un delicioso requinteo.
¿Y entonces? ¿Prohibimos los narcocorridos o los usamos como evidencia para entender el colapso? ¿Censuramos a los alucines o les ofrecemos otras formas de nombrar su dolor?
No tengo todas las respuestas. Pero hoy, al menos hoy, me rehúso a ver con indiferencia cómo se canta con orgullo lo que debería estremecernos. Hoy, no puedo defender la libertad de expresión si esa libertad silencia y humilla a quienes buscan a sus muertos.
Porque una sociedad que canta al crimen mientras ignora a las madres, no está ejerciendo su derecho a la cultura. Está firmando su sentencia.