Este próximo fin de semana, Aguascalientes se prepara para una visita que, aunque no parezca histórica o relevante, sí tiene toda la carga simbólica de una jugada de ajedrez político: la llegada de la Presidenta (con A de Afirmativa, pero también de Astuta) a tierras donde el guinda no prende ni con gasolina. Viene a encabezar un acto del Infonavit, vinculado a la apertura de proyectos de vivienda, pero la rumorología dice que la verdadera intención va mucho más allá del ladrillo.
Porque no hay acto más elocuente que hablar de vivienda social en el único estado del país que le dio la espalda electoralmente. Un evento que, sin decirlo de forma explícita, deja ver que lo que está en juego no son solo unas casas ni unos créditos, sino la posibilidad de construir una nueva narrativa de diálogo con la oposición.
En un contexto donde la reforma judicial se ha convertido en un proyecto estelar del nuevo sexenio —que implica modificar de raíz la forma en que se eligen jueces y ministros—, cada gesto político cuenta. Y venir a Aguascalientes, ese bastión azul donde la 4T no ha logrado ni unidad interna ni influencia real, es más que una cortesía institucional: es una apuesta.
Poner la primera piedra o cortar el listón en nombre del Infonavit es un acto de Estado, sí, pero también un símbolo de reconciliación estratégica. La Presidenta, al saber que no puede confiar en una estructura guinda local fracturada y más enfocada en la adoración al septuagenario fundador, tiende la mano directamente a la verdadera dueña del rancho: la gobernadora de oposición.
Porque no es secreto para nadie que Morena en Aguascalientes funciona como una tragicomedia interna: traiciones de pasillo, alianzas fugaces, operadores que se pelean el micrófono pero no los votos, y una costumbre de regar la planta de la nostalgia lopezobradorista sin construir nada propio.
La mandataria federal ha leído bien el escenario. Sabe que no puede avanzar reformas de fondo, como la judicial, solo con el voto duro. Necesita aliados en el Congreso y también en los estados. ¿Y qué mejor que iniciar con quien no solo gobierna, sino que tiene orden político, estructura y algo de visión institucional? La gobernadora hidrocálida.
La Presidenta, que goza de buena salud política en la izquierda técnica, también ha empezado a generar simpatías en sectores moderados gracias a su estilo menos confrontativo y a su discurso basado en resultados. Su ascenso en popularidad —confirmado incluso por herramientas como Grok, la IA de Musk— no es gratuito; responde a una apuesta por el diálogo estratégico.
El acercamiento a Aguascalientes tiene ese espíritu. No es rendición, es pragmatismo. No es cesión ideológica, es política de Estado. Si quiere que su reforma judicial avance, necesita construir alianzas que pasen por la oposición moderada. Y si logra, en el estado más conservador del país, arrancar una política de vivienda en conjunto, el mensaje es claro: se puede gobernar con quien piensa distinto… si se piensa en el país antes que en el partido.
Aguascalientes, el único estado que le dijo “no” en las urnas, podría ser el primero en decirle “sí” en los acuerdos. Y eso no es una contradicción, es la prueba de que en México la política real no siempre se decide en campaña, sino en las oficinas, los pasillos… y sí, también en los actos del Infonavit.
Porque, como dice el dicho: “casa nueva, alianzas nuevas”. Y si además ayudan a meter en cintura al Poder Judicial, mejor todavía.
La visita se acerca, los mensajes están claros y la pregunta queda en el aire: ¿será esta la primera piedra de la reforma judicial… o solo una foto más con listón azul?
Hasta aquí subió la roca…