Martes 15 de Abril de 2025 | Aguascalientes.

Populismo: entre la democracia y su negación

Dr. Mauricio López | 09/04/2025 | 12:13

Una reflexión a partir de Jan-Werner Müller y otros contemporáneos

En tiempos convulsos, el populismo aparece como la gran promesa. Ofrece soluciones rápidas, un enemigo claro, y un líder fuerte que dice hablar por todos. Pero ¿qué es realmente el populismo y por qué representa una amenaza para la democracia?

¿Qué es el populismo?

El populismo no es una ideología con contenido fijo, sino una forma de articular lo político que se presenta como la encarnación exclusiva de la voluntad del pueblo. Como lo explica Jan-Werner Müller (2016), el populista afirma: “nosotros somos el pueblo, y solo nosotros lo representamos”. A partir de esta afirmación, el adversario deja de ser legítimo y pasa a ser un traidor. La democracia deja de ser plural y se convierte en monocorde.

El populismo es, por tanto, anti pluralista y moralmente excluyente. No tolera la idea de que en una sociedad democrática puedan coexistir múltiples voces, intereses y visiones del bien común.

La retórica populista antes del poder

Antes de alcanzar el poder, los populistas suelen construir una narrativa basada en la exclusión: el pueblo puro, traicionado por una élite corrupta y distante. A este relato se suman elementos conspirativos que descalifican a medios, ONG, instituciones electorales y organismos autónomos, vistos como parte de un sistema corrupto al servicio de minorías privilegiadas o intereses extranjeros.

Este discurso apela a emociones intensas: el resentimiento, la indignación, el miedo. La política se transforma en un campo de batalla moral. No se trata solo de ganar elecciones, sino de “recuperar el país” o “salvar la patria”.

El populismo en el poder: vaciar la democracia

Una vez en el poder, los populistas rara vez desmantelan formalmente la democracia. Prefieren lo que Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (2018) llaman la erosión democrática lenta:

Se minan las garantías electorales,

Se controlan los medios de comunicación,

Se persigue o desacredita a la sociedad civil organizada,

Se manipula el sistema judicial,Y se concentran los poderes en una figura central.

Así, la democracia persiste en su forma, pero pierde su sustancia. Se convierte en una fachada que encubre un poder cada vez más autoritario.

Ejemplos ilustrativos son el caso de Hungría bajo ViktorOrbán, donde se ha instaurado una “democracia iliberal”; Ecuador bajo Rafael Correa, con la judicialización de opositores y concentración del poder; o Venezuela con Hugo Chávez, cuyo mandato transformó un sistema democrático en un régimen autoritario con ropaje electoral, como lo continúa Maduro.

El rechazo al pluralismo

El populismo rechaza el pluralismo no solo como una posibilidad política, sino como una amenaza moral. Para el líder populista, hay un solo pueblo auténtico y solo él puede representarlo. Como señala Nadia Urbinati (2019), el populismo convierte al “uno” en la única forma válida de la soberanía popular, negando el carácter plural y conflictivo de toda sociedad moderna.

El Parlamento, los partidos, los sindicatos, los medios independientes y las ONG son vistos como intermediarios ilegítimos, que secuestran o distorsionan la voluntad popular. Así, se propicia una regresión hacia formas plebiscitarias, verticales y des institucionalizadas del poder.

Sociedad civil bajo ataque

Todo actor social que pueda cuestionar o equilibrar el poder es objeto de sospecha. Las ONG son acusadas de responder a agendas extranjeras. Los medios son etiquetados como enemigos del pueblo. Los jueces son señalados de corruptos si no se subordinan. Así se configura un espacio público cerrado, polarizado y empobrecido, donde la vigilancia ciudadana es sustituida por la lealtad ideológica.

Entre democracia y autoritarismo

El populismo se mueve en una zona intermedia entre democracia y autoritarismo. Como afirma Müller, los populistas no son totalitarios, pero tampoco demócratas plenos. Se valen del voto, pero rechazan las reglas. Apelan al pueblo, pero excluyen a sus disidentes. Aparentan legalidad, pero corroen el Estado de Derecho.

Este fenómeno no es nuevo, pero su avance reciente en democracias consolidadas ha generado alarma. El desafío es cómo enfrentarlo sin traicionar los principios democráticos que se pretende defender.

¿Cómo se combate al populismo?

Frente a esta amenaza, se han propuesto diversas estrategias que no solo buscan contener al populismo, sino también revitalizar la democracia:

Reformas institucionales con legitimidad social

Fortalecer el Estado de derecho y la rendición de cuentas. Hacer que las instituciones funcionen para todos, no solo para unos pocos. Esto reduce el terreno fértil para los discursos de ruptura.

Justicia social sin clientelismo: Abordar las desigualdades estructurales con políticas públicas serias. El populismo prospera donde hay abandono y desesperanza.

Educación cívica y pensamiento crítico: Fomentar una ciudadanía que sepa distinguir entre propaganda y argumento, entre liderazgo y manipulación. Finlandia, por ejemplo, ha logrado frenar la desinformación con educación crítica desde la escuela.

Alianzas democráticas amplias: Construir frentes comunes entre fuerzas democráticas, sin caer en el pragmatismo cínico. La defensa de la democracia no puede ser táctica, debe ser ética.

Una nueva narrativa democrática: Como propone Müller, se necesita un nuevo contrato social, pero también una nueva moral pública: una que reconecte el poder con la dignidad, la justicia y la comunidad. La democracia debe emocionar sin engañar, movilizar sin dividir.

Conclusión

El populismo no debe subestimarse ni sobre reaccionarse. Es una patología de la democracia, pero también un síntoma de sus carencias. Combatirlo implica recuperar lo mejor del ideal democrático: su apertura, su autocrítica, su capacidad de transformación.

Como sociedad, debemos atrevernos a reconstruir un lenguaje político más humano, más honesto, más inclusivo. El desafío es no ceder a la simplificación, pero tampoco al elitismo. No responder al grito con silencio, ni a la demagogia con desprecio. Sino con ética, verdad y comunidad.