Martes 15 de Abril de 2025 | Aguascalientes.

El Amor y Otras Enfermedades Parlamentarias

Sísifo | 09/04/2025 | 12:10

En el Senado mexicano, donde los discursos se alargan más que las promesas de campaña y los cafés se enfrían antes de que se apruebe algo útil, hay cargos que brillan como joyas del tesoro: los de magistrados electorales locales. Ah, esos sillones de terciopelo jurídico, donde unos pocos elegidos podrían velar por la democracia en sus estados... si tan solo lograran sentarse. Porque no es que falten aspirantes, lo que falta es que los dejen pasar.
 
Los cargos vacantes en los tribunales electorales locales tienen algo de maldición egipcia. Muchos abogados brillantes (otros no tanto, pero con padrinos) han intentado entrar. Estudian, se postulan, se visten del color institucional en turno, y aun así, no lo logran. ¿Por qué? Porque estos puestos se han vuelto más bien como los boletos para el Foro de las Estrellas de San Marcos 2025: hay muchos más interesados que lugares, y quien decide quién entra no es la app del Paquín, sino el Senado... lo que es aún más cruel.
 
Aquí entra nuestro protagonista: el enamorado líder de la mayoría, el buen pastor de la bancada guinda. Su amor —sí, amor— por controlar el proceso, por decidir quién sí y quién nunca jamás, ha nublado su juicio. Dicen que el amor es ciego, pero en su caso es, además, sordo y un poco torpe. Ha intentado imponer ternas como quien reparte estampitas de la niña de Chihuahua, sin mirar si tienen sustento, solo si son "de confianza". Y ese amor desmedido, posesivo, más cercano a una telenovela que a una república, lo ha llevado a sufrir cada traspié, como adolescente rechazado por mensaje de “juats”.
 
Dicen que el amor... Porque mientras el pastor se embelesa eligiendo a “los suyos”, la oposición afiló colmillos. Y esta vez, por primera vez en mucho tiempo, bateó la lista completa de aspirantes. No porque sean todos malos (aunque hay alguno que ni en su bufete lo toman en serio), sino porque el amor del pastor fue tan evidente, tan empalagoso, que se olvidó de amarrar los votos necesarios.
 
Así es que, entre tanto amor mal administrado, lo que ha quedado es una institución con cargos vacíos, abogados frustrados y un Senado que parece más un capítulo perdido de La Rosa de Guadalupe que el órgano deliberativo de una república.
 
En resumen, cuando el amor por el poder nubla el juicio, lo único que florece es el ridículo. Que se lo digan al pastor enamorado de su propia influencia, que no supo ver que, mientras él suspiraba, la oposición ya estaba preparando el portazo.
 
Moraleja: que el amor todo lo puede... menos nombrar magistrados electorales locales.
 
Hasta aquí subió la roca...