Hoy, escribo un viernes; no tan espabilado y estirando las uñas para alcanzar mi escueto, pero anhelado descanso de domingo.
Hace un par de días, me vi en la necesidad de gastar una pequeña fortuna en un nuevo celular. Ello, pues, con las características de mis múltiples empleos en plena era digital y mi antiguo dispositivo de hace 4 años al borde de la muerte, pareciera que, sin un celular, termino por ser poco o nada, al menos a la hora de comunicar.
Así nace la cuestión que fundamenta mis palabras para hoy: ¿Cuál sería el valor de un hombre en 2025 que se atreve a prescindir del indispensable smartphone?
En estos días, un teléfono inteligente es el pase que todo joven moderno necesita para no quedar relegado al banquillo de los anacrónicos. Sin él, no solo se pierde el acceso a una red global de información y oportunidades, sino que se renuncia a la capacidad de participar activamente en un mundo que se rige por la inmediatez y la conexión constante. Un hombre sin este dispositivo, en pleno 2025, es como un robot sin batería: inútil, desconectado y prácticamente invisible.
Ray Bradbury, entre tantos que han profetizado los peligros de la tecnología, nos advirtió en sus obras distópicas sobre cómo el progreso sin reflexión puede convertir al individuo en un engranaje desprovisto de alma. Y es que, sin el smartphone, un hombre en sus 20s se arriesga a quedarse en el limbo de la irrelevancia, perdiendo aquello que le permite coordinar, interactuar y, en más de una forma, existir.
Sin esa herramienta, no hay notificaciones que reafirmen tu presencia, ni mensajes que den fe de tu existencia. Es optar por la invisibilidad total. La ironía es brutal. En una era en la que la identidad se construye y se valida en tiempo real, renunciar a estar siempre conectado es apostar a ser un espectro, un pariente lejano de aquellos que hacen del smartphone el centro de su vida, en o contra su voluntad.
La dependencia de estos dispositivos ha alcanzado niveles absurdos; vivir con uno hoy es casi un mandato social, una prueba de que sigues siendo parte de la comunidad global. De lo contrario, te conviertes en un elemento obsoleto, un ser que no sabe ni cómo responder en una conversación digital, y, en última instancia, un hombre que, al perder esa conexión, pierde su valor en una sociedad que no perdona a los desconectados.
Así, la pregunta que hoy nos convoca va más allá de un capricho; puede ser un llamado a reflexionar sobre qué significa realmente existir en el milenio digital ¿Puede un hombre seguir siendo relevante si se desconecta de la red que lo define? La respuesta, aunque incómoda, parece ser que, sin tu smartphone, simplemente, no existes.