La política en México tiene un don envidiable, siempre encuentra nuevas formas de revolvernos el estómago. En Aguascalientes, por ejemplo, la más reciente receta del menú legislativo en San Lazaro, nos ha dejado un regusto amargo, como esos tacos de la esquina que olían sospechosamente a recalentado. Y es que, en una inesperada pero nada sorprendente demostración de pragmatismo legislativo, Morena y el PRI unieron sus votos como si fueran almas gemelas para blindar a Cuauhtémoc Blanco, exgobernador de Morelos y actual diputado federal, de cualquier intento de rendir cuentas.
La jugada, ejecutada con la destreza de un truco de feria mal ensayado, no busca solo proteger al exfutbolista de sus múltiples escándalos —que van desde el desgobierno hasta lo inenarrable—, sino evitar cualquier salpicón que manche la camisa siempre impoluta de Alejandro "Alito" Moreno, presidente nacional del PRI y experto en sobrevivir a tempestades políticas con la facilidad de quien ha perfeccionado el arte del pacto en lo oscurito.
La alianza entre Morena y el PRI, que hasta hace poco se insultaban como si fueran archienemigos de telenovela, ahora fluye con la naturalidad de un acuerdo entre compadres en una cantina. El mensaje es claro, la impunidad no entiende de colores partidistas. Cuando se trata de protegerse entre ellos, las diferencias ideológicas se esfuman como promesas de campaña después de la elección.
Mientras tanto, la ciudadanía de Aguascalientes y de todo el paísmastica la noticia con dificultad, sintiendo en el paladar el inconfundible sabor del cinismo político. Y así seguimos, una y otra vez, empujando la piedra de la esperanza cuesta arriba, solo para verla rodar de nuevo cuando los de siempre hacen lo de siempre.
Porque en México, el verdadero bipartidismo no es ideológico, sino pragmático, el de los que se cubren las espaldas entre sí, sin importar las siglas. Y mientras sigamos tragando, ellos seguirán cocinando.
Hasta aquí subió la roca…