El tiempo de Cuaresma ha iniciado, a lo largo de estos días estamos llamados a introducirnos al desierto para estar con Jesús, y desde el desierto replantearnos nuestra vida, intereses y proyectos. En tiempos como los que nos toca vivir en donde vivimos sobresaturados de información y mensajes, corremos el riesgo de perdernos.
Sin embargo, el itinerario cuaresmal se nos presenta de una manera sencilla y clara en el evangelio de san Mateo que fue proclamado el pasado miércoles de ceniza. Ahí Jesús nos indica tres actitudes básicas para la vida de cada uno de cada uno de nosotros: oración, el ayuno y la limosna. En esta ocasión me gustaría presentar algunos rasgos sobre la oración en la vida de cada uno de nosotros.
La oración es diálogo y a la vez encuentro con Dios, un diálogo cuya respuesta muchas de las veces se manifiestan en el silencio, quizá es por eso por lo que nos cueste tanto trabajo animarnos a orar. No siempre es fácil interpretar el silencio de Dios. Con frecuencia podemos interpretar el silencio de Dios como indiferencia hacia el ser humano. Pero en medio de las dudas que podamos tener respecto la vida de oración hay algo que debemos tener siempre en cuenta: en la oración Dios siempre está. Su presencia muchas veces callada pero nunca ausente anima el corazón de todo aquel que se dispone a vivir esta experiencia transformadora. Quien se encuentra con Dios en la oración enfrenta una conversión del corazón, un ajuste fino en la manera de ver la vida y de afrontarla.
Sin oración el ser humano es incapaz de salir victorioso de las situaciones más dramáticas de la vida. No hay un camino exclusivo para orar, al menos siempre he creído que cada uno de nosotros debemos animarnos a emprender nuestro propio itinerario en la vida de oración. Aunque los métodos y expresiones de la oración sean diversos el resultado siempre es el mismo: el encuentro con Dios que nos transforma consuela y acompaña.
A lo largo de la historia del cristianismo han existido muchas personas que han logrado hacer de la oración un elemento esencial de su vida. Santa Teresa de Jesús expresa: “Para mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría”
La expresión teresiana nos lleva a dos conclusiones: la oración se realiza desde la sencillez del corazón y se realiza en todo tiempo, en las buenas y en las malas. Porque al Señor lo encontramos en todas las situaciones de nuestra vida. San Pablo lo dirá en su carta a los Romanos cuando expresa: “en vida o muerte somos del Señor”
La oración por lo tanto es una expresión de nuestra filiación divina. Oramos porque nos gusta hablar desde el secreto de nuestro interior con nuestro Padre que nos ve en lo secreto de nuestro corazón.