La sociedad mexicana está siendo omiso y a la vez testigo silencioso de un fenómeno que, hasta ahora, había permanecido en las sombras de nuestra conversación pública: el surgimiento de una nueva clase laboral de “cuidadoras digitales”. Esta labor de Mujeres, dedican largas jornadas a moderar contenido traumático en redes sociales, protegiendo a ti, a mi y al resto de usuarios de imágenes violentas, discursos de odio y material perturbador, mientras ellas mismas absorben el impacto social pero especialmente psicológico de esta exposición constante.
El reciente reportaje "Las invisibles de la moderación digital”, publicado por el portal Verificado MX, ha puesto de manifiesto esta realidad oculta tras las pantallas, revelando que México se ha convertido en uno de los principales proveedores de este tipo de servicios para las grandes plataformas tecnológicas globales. Según datos del Instituto Federal de Telecomunicaciones, más de 15,000 personas en el país se dedican a esta labor, con una proporción que alcanza el 76% de mujeres, el 20% prefiere no decirlo y solo el 4% se identifica como hombre.
“Es como ser la cloaca de internet. Todo lo que nadie quiere ver pasa por nuestros ojos primero”, explica ella (alguna mujer, cualquier mujer), moderadora desde hace tres años para una empresa subcontratada por una de las principales redes sociales. Su testimonio revela una paradoja inquietante: mientras las plataformas tecnológicas proyectan una imagen de innovación y progreso, de respeto e interacción social, de limpieza y reputación, solo estan replicando esquemas laborales que reproducen las desigualdades de género tradicionales.
La feminización de este sector no es casualidad. Las empresas buscan explícitamente cualidades históricamente asociadas a lo femenino: cuidado, limpieza, empatía, capacidad de apoyo y contención emocional, habilidades comunicativas pero sobre todo, resistencia para aguantar y absorber el trauma ajeno sin quebrantarse. Es decir, las mismas características que la sociedad patriarcal ha exigido a las mujeres en los roles de cuidado familiar, ahora trasladadas al entorno digital.
Los paralelismos con el trabajo doméstico son evidentes: es una labor esencial pero invisibilizada, mal remunerada (con salarios que apenas superan los dos salarios mínimos), sin reconocimiento social y con un fuerte componente emocional que rara vez se considera como carga laboral, parece ser un trabajo que se presupone “natural” para las mujeres, por lo que no se valora como una habilidad adquirida sino como una extensión de su supuesta naturaleza cuidadora.
Las consecuencias para la salud mental de estas trabajadoras son devastadoras. Un estudio reciente de la UNAM encontró que el 75% de las moderadoras de contenido presenta síntomas de estrés postraumático secundario, una condición similar al TEPT (trastorno de estrés post traumático) que desarrollan quienes están expuestos indirectamente a eventos traumáticos. Insomnio, flashbacks, ansiedad y disociación son solo algunas de las secuelas reportadas.
“Hay días en que reviso más de mil imágenes de abuso. Luego voy a casa, sonrío a mis hijos, preparo la cena y actúo como si mi trabajo fuera normal”, asi lo relata otra moderadora que prefiere mantenerse anónima.
La empresa que contrata solo ofrece seis sesiones de terapia al año. Seis sesiones para procesar miles de horas viendo lo peor de la humanidad, incumpliendo totalmente con La NOM 035 la cual tiene como objetivo establecer los elementos para identificar, analizar y prevenir los factores de riesgo psicosocial, así como para promover un entorno organizacional favorable en los centros de trabajo.
El fenómeno resulta especialmente revelador cuando lo analizamos desde una perspectiva de intersecciones. No es casual que, en un país como México, donde la precariedad laboral afecta desproporcionadamente a las mujeres, este tipo de trabajo sea ocupado mayoritariamente por mujeres jóvenes, muchas de ellas jefas de familia o las principales proveedoras de sus hogares, con estudios universitarios pero escasas opciones laborales en su campo.
La ironía es evidente: las mismas plataformas que promueven discursos de diversidad, equidad, inclusión y responsabilidad social han construido su seguridad sobre un modelo que explota vulnerabilidades estructurales de género, clase y geografía. Las grandes tecnológicas externalizan no solo costos económicos, sino también los costos humanos de mantener sus plataformas “limpias”.
Esta realidad nos obliga a repensar nuestra comprensión de la economía digital. Detrás de los algoritmos y la inteligencia artificial que supuestamente regularán el futuro de internet, existe un ejército invisible de mujeres que realizan un trabajo profundamente humano: filtrar el horror para que podamos navegar en paz.
Las iniciativas legislativas para regular estas condiciones laborales no existen o avanzan lentamente. La reciente propuesta en el Senado para reconocer el “trauma vicario” como riesgo laboral en profesiones de moderación digital representa un primer paso, aunque insuficiente. Nuevamente son las organizaciones no gubernamentales ONG, Organizaciones de la sociedad civil OSC, como el OBSERVATORIO DE TRABAJO DIGITAL las que están documentando estos casos para visibilizar una problemática que las empresas prefieren mantener en las sombras y MUJERES JEFAS DE FAMILIA A.C. que acompañan a estas trabajadoras con apoyo psicológico y diseño de políticas públicas para mejorar su calidad de vida.
Como sociedad, necesitamos cuestionar quién asume la carga del cuidado en la era digital y bajo qué condiciones. ¿Por qué seguimos asignando a las mujeres la responsabilidad de “limpiar” los espacios, ahora virtuales? ¿Qué responsabilidad tienen las plataformas tecnológicas en la salud mental de quienes protegen a sus usuarios? ¿Estamos dispuestos a reconocer el verdadero costo humano de nuestra experiencia “segura” en línea?
El fenómeno de las cuidadoras digitales nos recuerda que, incluso en los sectores más innovadores, persisten viejas estructuras de desigualdad. La revolución tecnológica no ha eliminado la explotación; en muchos casos, solo la ha hecho invisible a los ojos del usuario final. Reconocer y valorar este trabajo es el primer paso para transformar un modelo que, hasta ahora, ha prosperado a costa del bienestar de miles de mujeres.
Gwendolyne Negrete es analista política, especialista en género. Sus investigaciones sobre desigualdades digitales han sido publicadas en diversos medios nacionales e internacionales. Actualmente esta desarrollando el proyecto “Futuros Digitales Feministas” y es consultora para organizaciones de derechos humanos.