Lunes 2 de Junio de 2025 | Aguascalientes.

¿Somos malos por naturaleza? La historia, el poder y la violencia humana

Dr. Mauricio López | 10/03/2025 | 11:27

La historia de la humanidad es un relato de avances y conquistas, pero también de guerras, genocidios y violencia sistemática. Desde los imperios antiguos hasta los conflictos actuales, los seres humanos hemos demostrado una capacidad sorprendente tanto para el altruismo como para la crueldad. Esto nos lleva a una de las preguntas más antiguas de la filosofía: ¿Somos malos por naturaleza?
 
El debate filosófico: ¿Hobbes o Rousseau?
 
Desde la antigüedad, pensadores han intentado responder a esta cuestión. Thomas Hobbes sostenía que, en su estado natural, el ser humano es violento y egoísta, por lo que necesita leyes y autoridad para controlar sus impulsos destructivos. Por otro lado, Jean-Jacques Rousseau argumentaba que el ser humano nace bueno, pero es la sociedad la que lo corrompe.
 
La historia parece darles la razón a ambos. Por un lado, la violencia es una constante en todas las civilizaciones. Sin embargo, también existen ejemplos de sociedades organizadas que han construido sistemas de cooperación, generosidad y progreso.
 
Si el ser humano necesita normas para no caer en el caos, ¿significa esto, que la maldad es inherente? ¿O más bien es el contexto el que la fomenta?
 
El poder y la corrupción: ¿Por qué quienes gobiernan se vuelven crueles?
 
Existe una creencia popular que afirma que “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. La psicología social ha demostrado que esto no es solo una frase hecha, sino una realidad.
El experimento de Stanford (Philip Zimbardo, 1971) reveló cómo personas comunes, al asumir roles de poder, pueden volverse sádicas en cuestión de días.
 
El experimento de Milgram (1961) demostró que la mayoría de las personas son capaces de obedecer órdenes crueles simplemente porque una figura de autoridad se los indica.
 
La neurociencia también ha aportado respuestas: el poder genera placer a nivel cerebral, activando circuitos de recompensa y reduciendo la empatía. En otras palabras, quienes ostentan el poder pueden volverse cada vez más insensibles al sufrimiento ajeno.
 
Esto explica por qué a lo largo de la historia hemos visto el ascenso de líderes tiránicos que han justificado la guerra y la opresión en nombre de la estabilidad o el progreso
 
¿Por qué la historia repite la guerra y la violencia?
 
Hoy en día, el mundo enfrenta conflictos que parecen sacados de los libros de historia:
La guerra en Ucrania, con Rusia intentando restaurar su influencia imperial.
El conflicto en Palestina e Israel, con décadas de violencia que parecen no tener fin.
El auge de líderes autoritarios en diferentes partes del mundo, replicando patrones de dictaduras del siglo XX.
 
¿Por qué seguimos repitiendo los mismos errores?
 
Desde el psicoanálisis, Sigmund Freud hablaba de dos fuerzas que habitan en el ser humano: Eros (instinto de vida) y Tánatos (instinto de muerte). Cuando la cultura no logra canalizar el instinto destructivo, este se manifiesta en la guerra, el odio y el exterminio.
 
Las sociedades, al igual que las personas, pueden caer en ciclos de violencia cuando no aprenden de su pasado. Y en muchos casos, la indiferencia y la apatía son factores clave en la perpetuación de estos ciclos.
 
La responsabilidad de cada uno: ¿Cómo cambiar el rumbo?
Pensamos que la maldad es un problema de políticos, militares o extremistas, pero la realidad es que la violencia también se construye con pequeños actos cotidianos.
 
Desde casa, cuando normalizamos la agresión y la falta de empatía.
Desde la escuela, cuando enseñamos a obedecer sin cuestionar.
Desde la sociedad, cuando nos mantenemos indiferentes ante la injusticia.
 
La historia nos ha mostrado ejemplos de resistencia y cambio: Gandhi con la no violencia, Nelson Mandela con el perdón, Malala Yousafzai con la educación. Estas personas no eran especiales por naturaleza, simplemente decidieron actuar.
 
Si queremos romper el ciclo de violencia, debemos empezar con algo tan simple, pero poderoso, como educarnos, cuestionar, denunciar y actuar en nuestro entorno más cercano.
 
Conclusión: ¿Estamos condenados a la maldad?
 
El ser humano no es completamente bueno ni completamente malo. Tiene el potencial de crear y de destruir, de amar y de odiar. Pero la historia nos ha demostrado que, cuando se le deja sin regulación ni conciencia, la tendencia a la violencia puede prevalecer.
 
La pregunta entonces no es si somos malos por naturaleza, sino: ¿qué estamos haciendo para evitar que la historia se repita?
 
Porque al final, el futuro no lo determinan solo los líderes o los poderosos, sino la decisión de cada persona en su vida cotidiana.
 
¿Y tú? ¿Serás espectador o serás parte del cambio?
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