Lunes 2 de Junio de 2025 | Aguascalientes.

¿Es tiempo de las mujeres?

Gwendolyne Negrete Sánchez | 07/03/2025 | 11:25

En vísperas del Día Internacional de la Mujer, nos encontramos frente a una pregunta aparentemente simple pero profundamente compleja: ¿Es tiempo de las mujeres? La respuesta inmediata podría ser un “sí” contundente. México ha visto avances significativos en la representación femenina en espacios de poder. Sin embargo, un análisis más profundo revela que la presencia no siempre equivale a una transformación sustancial de las estructuras que históricamente han perpetuado la desigualdad.
 
Los números parecen alentadores a primera vista. La composición actual del Congreso muestra una paridad histórica: las mujeres ocupan el 50% de los escaños en la Cámara de Diputados y el 49.2% en el Senado. La presencia de mujeres en gabinetes estatales ha aumentado a un promedio del 35%, y en 2021, siete mujeres fueron electas como gobernadoras, un hito en la historia política mexicana.
 
No obstante, estas cifras, por prometedoras que sean, enmascaran realidades más complejas. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) reportó en su última Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo que las mujeres mexicanas, independientemente de su posición laboral, dedican en promedio 39.7 horas semanales a trabajos no remunerados en el hogar, frente a las 15.2 horas que dedican los hombres. Esta “doble jornada” persiste incluso para aquellas mujeres que han alcanzado puestos de liderazgo.
 
En la intersección de poder y género, el fenómeno conocido como “techo de cristal” continúa manifestándose con particular crueldad. Un estudio reciente del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) reveló que solo el 3% de las empresas que cotizan en la Bolsa Mexicana de Valores tienen a una mujer como directora general. En el sector público, aunque la presencia femenina ha aumentado, persiste una segregación vertical: las mujeres tienden a concentrarse en secretarías y direcciones asociadas tradicionalmente con roles de cuidado (desarrollo social, educación, salud), mientras que las áreas de seguridad, economía y energía siguen dominadas por hombres.
 
En la convergencia de política y violencia, más preocupante aún son los datos sobre violencia política. El Observatorio de Participación Política de las Mujeres en México documentó que durante el proceso electoral 2020-2021, se registraron más de 500 casos de violencia política contra mujeres en razón de género. Las agresiones van desde la descalificación sistemática y el cuestionamiento de capacidades hasta amenazas, violencia física y, en casos extremos, asesinatos.
 
La experiencia de muchas mujeres “en el poder” revela otro fenómeno inquietante: se les exige una perfección absoluta. Un error, una vacilación, se magnifica y generaliza como una incapacidad inherente a su género. Se enfrentan constantemente a lo que la académica Joan Williams denomina el “doble vínculo”: si son asertivas, se les critica por “agresivas”; si son empáticas, por “débiles”. Sus decisiones son continuamente filtradas a través de estereotipos de género que rara vez se aplican a sus contrapartes masculinas.
 
En el cruce de representación y agenda, el acceso de las mujeres a espacios de decisión tampoco ha garantizado automáticamente una agenda que responda a las necesidades específicas de género. La investigadora Marta Lamas ha documentado cómo muchas mujeres en posiciones de poder enfrentan presiones para distanciarse de agendas feministas, a riesgo de ser etiquetadas y aisladas. El sistema político continúa operando bajo lógicas masculinizadas que penalizan la solidaridad entre mujeres y premian la competencia individual.
 
En la confluencia de economía y discriminación, la brecha salarial persiste incluso en los niveles más altos de decisión. Según datos del INEGI, las mujeres en puestos directivos ganan en promedio 23% menos que los hombres en posiciones equivalentes. Esta disparidad se profundiza para mujeres indígenas y afromexicanas, evidenciando cómo el género se intersecta con otras formas de discriminación.
 
Las más vulnerables: múltiples intersecciones, múltiples opresiones.
 
Al hablar del “tiempo de las mujeres”, es imperativo reconocer que existen grupos femeninos particularmente vulnerables donde se entrecruzan múltiples formas de opresión. Las mujeres indígenas en México enfrentan una triple discriminación: por ser mujeres, por ser indígenas y, frecuentemente, por su condición socioeconómica. Según datos de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, el 79.3% de las mujeres indígenas vive en condiciones de pobreza, y su tasa de analfabetismo triplica la media nacional.
 
Las trabajadoras del hogar, sector compuesto en un 95% por mujeres según la OIT, continúan siendo uno de los grupos más desprotegidos. A pesar de la ratificación del Convenio 189 de la OIT y la reforma a la Ley Federal del Trabajo en 2019, el 98% de estas trabajadoras no cuenta con contrato formal y el 96% carece de acceso a servicios de salud, según el INEGI.
 
Las mujeres con discapacidad constituyen otro grupo especialmente vulnerable. La Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica revela que tienen menos oportunidades educativas (solo 24.9% tiene educación secundaria completa frente al 35.1% de hombres con discapacidad) y menores tasas de participación laboral (23.3% frente al 48.2% de hombres con discapacidad).
 
Las mujeres migrantes y refugiadas enfrentan situaciones de extrema vulnerabilidad. La Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados reporta que el 40% de las solicitudes de asilo provienen de mujeres, muchas de ellas víctimas de violencia de género en sus países de origen, que se ven expuestas a nuevas formas de violencia durante su tránsito por México, incluida la trata de personas.
 
Las mujeres privadas de libertad constituyen otro grupo invisibilizado. El 88% de ellas son madres y, según el INEGI, el 60% están encarceladas por delitos no violentos, frecuentemente relacionados con la pobreza o su relación con hombres involucrados en actividades ilícitas.
 
Entonces, juzge usted: ¿es realmente el tiempo de las mujeres? Quizás la pregunta debería reformularse: ¿qué tipo de tiempo estamos construyendo y para cuáles mujeres? Porque que “hayan llegado las mujeres”no es suficiente si no transforma las condiciones de vida de las más vulnerables. Porque si “llega una llegamos todas” suena bien, pero no es la realidad. 
 
En la intersección de política pública y justicia social, esto implica políticas públicas que reconozcan y redistribuyan el trabajo de cuidados; protocolos efectivos contra la violencia política; mecanismos que garanticen la igualdad salarial; y una verdadera transformación cultural que desmantle los estereotipos que continúan limitando el pleno desarrollo de las mujeres en todos los ámbitos.
 
El camino hacia una igualdad sustantiva requiere más que celebrar los logros individuales de mujeres excepcionales. Demanda cuestionar y transformar un sistema que sigue considerando lo masculino como la norma y lo femenino como la excepción.
 
Este 8M nos invita no solo a conmemorar las luchas históricas de las mujeres, sino a redoblar esfuerzos para que el “tiempo de las mujeres” no sea una frase retórica, sino una realidad vivida por todas, independientemente de su clase social, etnia, orientación sexual, identidad de género o cualquier otra condición que actualmente las margina.
 
Quizás entonces podremos responder afirmativamente, sin reservas, que sí, finalmente es el tiempo de las mujeres. De todas las mujeres.
 
Gwendolyne Negrete Sánchez es Politóloga, maestra en políticas públicas e integrante de la Red Politólogas, y su frase central es NO SIN MUJERES.