El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, se ha convertido en una fecha de reflexión y reivindicación para millones de mujeres alrededor del mundo. Además, nos brinda la oportunidad de analizar los avances, desafíos y nuevas perspectivas que siguen marcando el camino de las mujeres en el ámbito político.
En un contexto especialmente significativo para México, la llegada de la primera mujer a la Presidencia del país, Claudia Sheinbaum, representa un hito histórico. Este logro es el resultado de un largo, aunque acelerado, proceso en el que las mujeres han ganado poder político en los últimos años.
El avance más tangible ha sido la consolidación de la participación política de las mujeres, no solo en términos de representación, sino también en el acceso a cargos de mayor relevancia. Un punto clave en este proceso fue la paridad de género, concretada en 2014 mediante una reforma constitucional que obligó a los partidos políticos a postular igual número de mujeres y hombres en sus candidaturas. Esta medida abrió, por primera vez, un espacio real para que las mujeres pudieran influir en las decisiones políticas del país.
Actualmente, México cuenta con una de las legislaciones más robustas de América Latina en materia de igualdad sustantiva y protección de los derechos políticos de las mujeres. Esto ha posicionado al país como una de las naciones con mayor representación femenina en su Congreso, con un 50.8% en la Cámara de Senadores y un 48.2% en la Cámara de Diputados.
No obstante estos logros, las mujeres en política continúan enfrentando desafíos específicos de su condición de género. La violencia política en razón de género sigue siendo una amenaza constante para quienes aspiran a cargos de elección popular, una problemática particularmente visible en los procesos electorales de 2021 y 2024. Las estructuras de poder siguen dominadas por hombres que, en muchos casos, perpetúan actitudes paternalistas y discriminatorias. Esto se refleja en la resistencia a las propuestas feministas dentro del gobierno, la falta de reconocimiento de los logros de las mujeres y la escasa visibilidad de las políticas públicas orientadas a mejorar sus condiciones de vida, especialmente aquellas pertenecientes a grupos históricamente marginados.
La llegada de la primera mujer a la Presidencia representa, sin duda, una gran oportunidad para impulsar nuevas perspectivas. Sin embargo, también plantea un reto inminente del que surgen diversas interrogantes: ¿Estamos realmente ante un cambio sustantivo en la política mexicana? ¿Cuáles serán las implicaciones de su liderazgo para el movimiento feminista y para las mujeres en general?
La doctora Sheinbaum encarna un modelo de liderazgo femenino basado en una carrera política sólida, así como en un recorrido personal que ha desafiado estereotipos y expectativas tradicionales sobre el papel de las mujeres en los ámbitos académico, científico, profesional y político. En este último, durante su gestión como jefa de Gobierno de la Ciudad de México, demostró una gran capacidad de liderazgo y gestión, lo que le permitió ganarse el respeto tanto de sus aliados como de sus detractores.
En sus discursos, ha enfatizado que su llegada a la Presidencia es resultado de un esfuerzo colectivo y no solo de su trayectoria personal. Este logro común visibiliza las posibilidades de las mujeres en la política, pero también subraya los desafíos aún pendientes, reafirmando la idea de que la lucha por la igualdad debe ser un compromiso compartido entre todos los sectores de la sociedad.
Si bien no se puede esperar que una sola figura transforme por completo las estructuras de poder, su liderazgo podría ser un catalizador para la creación de un entorno más favorable para las mujeres en la política. El reto ahora es cómo convertir el impulso que su llegada genera en un proceso estructural que nos permita avanzar hacia la verdadera igualdad.
