Lunes 2 de Junio de 2025 | Aguascalientes.

En defensa de los estereotipos

Alan Capetillo | 03/03/2025 | 12:47

En un mundo obsesionado con la precisión y la deconstrucción de las ideas preconcebidas, los estereotipos suelen ser vistos como villanos: generalizaciones toscas que distorsionan la realidad y perpetúan prejuicios. Sin embargo, ¿y si los estereotipos, lejos de ser un defecto, fueran una herramienta esencial para navegar la complejidad de la vida social? Desde la psicología cognitiva hasta la práctica cotidiana, hay razones para considerar que los estereotipos son heurísticas necesarias, atajos mentales que nos permiten funcionar sin sucumbir al caos de la incertidumbre.
 
Nuestra mente no está diseñada para analizar cada detalle de cada persona o situación en tiempo real. Herbert Simon, premio Nobel de Economía, lo llamó "racionalidad limitada": tenemos recursos cognitivos finitos y vivimos en un entorno saturado de información. Para sobrevivir, recurrimos a reglas simples que nos guían. Los estereotipos son precisamente eso: suposiciones basadas en patrones observados —o culturalmente transmitidos— que simplifican la toma de decisiones. Si asumimos que "los adolescentes son impulsivos" o "las mujeres son más empáticas", no estamos afirmando una ley universal, sino usando una apuesta práctica que a menudo resulta útil.
 
Daniel Kahneman, otro gigante del pensamiento, describe este mecanismo como parte del "Sistema 1", el modo intuitivo y rápido de nuestro cerebro. Cuando conocemos a alguien, no tenemos tiempo de realizar un estudio exhaustivo de su personalidad; en cambio, aplicamos categorías como "ingeniero reservado" o "artista extrovertido" para anticipar su comportamiento. ¿Es impreciso? Claro. Pero también es eficiente. Sin estas heurísticas, la vida social sería un rompecabezas agotador, como conducir sin señales de tráfico o conversar sin asumir nada sobre el otro.
 
Los críticos dirán que los estereotipos son peligrosos, que cosifican a las personas y refuerzan desigualdades. Hay verdad en ello: cuando se vuelven rígidos o se usan para justificar opresión, pierden su utilidad y se convierten en lastre. Pero eliminarlos por completo, como proponen algunas corrientes ideológicas modernas, ignora su función básica. La teoría feminista posterior a la segunda ola, por ejemplo, insiste en deconstruir los estereotipos de género, viéndolos como cadenas impuestas por la sociedad. Sin embargo, si aceptamos que "las mujeres tienen mayor inteligencia emocional" como una heurística funcional —no como una verdad absoluta—, el esfuerzo por deshacernos de esa idea no solo es inútil, sino que complica innecesariamente cómo interactuamos.
 
Porque, en los hechos, los estereotipos no son solo invenciones arbitrarias; a menudo reflejan tendencias reales, aunque exageradas o simplificadas. Estudios como los de Simon Baron-Cohen muestran que las mujeres, en promedio, puntúan más alto en empatía, mientras que los hombres tienden a sistematizar. No es una regla fija, pero como base para una heurística, sirve. Tratar de borrar estas generalizaciones por un afán de precisión absoluta es luchar contra la naturaleza misma de nuestra cognición, que prefiere lo práctico a lo perfecto.
 
Aceptar los estereotipos no significa abrazar el prejuicio ciego, sino reconocer su valor como herramientas adaptativas. La clave está en usarlos con flexibilidad: si el estereotipo falla ante un caso concreto, se ajusta y punto. Obsesionarse con desmontarlos, en cambio, es una locura de laboratorio, un lujo para quienes no enfrentan las demandas del día a día. En un mundo imperfecto, la eficacia pesa más que la pureza ideológica.
 
Así que, la próxima vez que alguien critique un estereotipo, pregúntate: ¿es un error o una brújula? Quizá no sea tan malo guiarnos por estas reglas toscas pero útiles. Al fin y al cabo, sin ellas, la vida social no sería solo más compleja; sería imposible.