En nuestros tiempos distópicos trumpianos, donde la tecnología irrumpe como un tsunami guiado por nuestros deseos y expectativas de seducción surgidas de las redes sociales, con la promesa de resolver todos nuestros problemas, nos encontramos inmersos en una hiperconexión que ya es parte esencial de nuestra existencia. La mayoría de los seres (todavía) humanos consideramos el smartphone como una extensión de nuestro cuerpo, un "primer metacarpiano" digital. Parafraseando al extinto "Príncipe de la Canción", entre ese dispositivo y nosotros podríamos cantar: "Amor como el nuestro no hay dos en la vida".
Esta "almohada digital" nos ha convertido en esclavos del algoritmo. Su ausencia nos genera ansiedad, y al despertar buscamos desesperadamente un like de nuestro "crush" para aliviarnos. En esta hiperconectividad, vemos en los dispositivos aquello que nos falta en la vida real: nuestro "tesoro" emocional.
En este romance con el vacío digital, emerge una brecha para que la ideología conocida como "tecnolibertarismo" irrumpa en nuestras vidas como una amenaza. Sus seguidores, con una fe casi religiosa, suponen que la innovación tecnológica puede reemplazar al Estado en todas sus funciones. Si bien la tecnología permite generar servicios públicos más eficientes, esta visión totalitaria está erosionando la democracia y el Estado de derecho en todo el mundo.
La concentración del poder en manos de los gigantes tecnológicos, que manipulan la información según sus intereses económicos, es alarmante. No solo se han aliado con los gobiernos, sino que los gobernantes parecen estar ya a su servicio. En tiempos modernos, nuestra referencia de manipulación mediática nos remite a la figura de Joseph Goebbels, cuyo legado de propaganda sigue vigente en nuevas formas. Hoy, influencers y empresas del modelo "gig" repiten como un credo que la regulación frena la innovación. Políticos esclavos de los likes temen enfrentarse a estas plataformas y a los aparatos de comunicación (granjas) construidos con fondos públicos, cuya arma favorita es el algoritmo. Ejemplo reciente es Meta, que se plegó a los deseos del "nuevo monarca", priorizando el engagement sobre la verdad o los hechos.
Nos estamos acercando peligrosamente a escenarios apocalípticos como los de la serie "Día Cero", un thriller político protagonizado por Robert De Niro, donde un expresidente de EE.UU. investiga un devastador ciberataque que revela una red de corrupción. Los conspiradores de la serie bien podrían asemejarse a los tecnolibertarios, quienes buscan refundar el pacto social destruyendo todo lo construido por siglos de civilización para "resetear" Occidente.
¿Quién les otorgó a estos genios y CEO de la comunicación un poder tan preocupante? Más allá de la polarización y la desinformación, estas redes han impulsado la hipervigilancia y el deterioro de las libertades. En México, diversos gobiernos locales y el federal han adquirido tecnologías de espionaje como Pegasus para monitorear periodistas y activistas críticos.
Según el reporte Communications, Media and Internet Concentration in Mexico (2019-2022), desarrollado por el Global Media and Internet Concentration Project (GMIC), dos gigantes tecnológicos de origen estadounidense, Google y Meta, acaparan más del 80% del mercado digital en México, poniendo en riesgo la competencia y la equidad económica. En EE.UU. y México, el tecnolibertarismo debilita las instituciones democráticas al privatizar servicios esenciales. Plataformas educativas sustituyen a las escuelas públicas, aplicaciones de salud fragmentan los sistemas sanitarios y criptomonedas evaden impuestos, erosionando la base fiscal del Estado y limitando su capacidad de garantizar derechos. La lógica de "eficiencia" tecnológica ignora que la democracia requiere deliberación, no solo velocidad.
Hoy, estas empresas tecnológicas se están incrustando en las estructuras de poder institucional como caballos de Troya, convirtiendo la democracia en una gestión de algoritmos y "trending topics". Urge, por el bien de todos, la transparencia y regulación de estas tecnologías. Su uso responsable es clave para el progreso, pero su abuso y la falta de marcos regulatorios sólidos agravan las desigualdades estructurales de nuestras sociedades.
Históricamente, la concentración del poder en pocas manos ha sido perjudicial para la humanidad. Esto aplica no solo a nivel global, sino también en cualquier municipio o estado de nuestro país. Lo más peligroso de estas concentraciones es que vuelven cínicos a quienes detentan el poder, generando abusos y destrucción en sus zonas de influencia.
Por el bien nuestro y de las generaciones futuras, es urgente exigir transparencia a estas plataformas tecnológicas y generar contrapesos a los nuevos caciques y dictadores digitales que hoy nos acechan.
"En la guerra no existe la victoria, sino distintos grados de derrotas."
Joseph Goebbels