En un mundo donde todo parece moverse a la velocidad de un tuit, donde las decisiones se toman al ritmo del “trending topic” y las políticas públicas se diseñan para ganar elecciones y no para construir futuro, la pregunta que plantea Roman Krznaric en su libro “El buen antepasado” resulta más urgente que nunca: ¿Cómo podemos pensar a largo plazo en un mundo obsesionado con el corto plazo?
Krznaric nos invita a reflexionar sobre dos fuerzas que compiten dentro de nosotros: el "cerebro nube de azúcar", que busca gratificaciones instantáneas, y el "cerebro bellota", que nos permite planificar y sembrar para las generaciones venideras. Hoy, el primero parece llevar la delantera, no solo en nuestras vidas personales, sino también en la política. Y las consecuencias son preocupantes.
En México, esta dinámica se refleja en una polarización creciente y una oposición fragmentada. Según una encuesta de TResearch, en enero de 2024 el 32% de los mexicanos se ubicó en los extremos ideológicos, casi el doble que en 2019. Esta radicalización no es casual: es el resultado de una política que prioriza el beneficio inmediato de ciertos grupos sobre la construcción de un proyecto común de nación. ¿Cómo podemos esperar un futuro sostenible si ni siquiera podemos ponernos de acuerdo en el presente?
El fenómeno Trump es otro ejemplo claro de este cortoplacismo. Su estilo de liderazgo, enfocado en satisfacer a su base electoral en el momento, ha llevado a decisiones como la amenaza inminente de imponer aranceles del 25% a México y Canadá, y del 10% a China. Estas medidas, aunque populares entre sus seguidores, podrían tener un impacto económico devastador, no solo para los países afectados, sino también para Estados Unidos. ¿De qué sirve ganar votos hoy, si se pierde la estabilidad mañana?
Frente a este panorama, Krznaric propone seis herramientas para contrarrestar el cortoplacismo: la humildad del tiempo profundo, la mentalidad de legado, la justicia intergeneracional, el pensamiento catedral, la previsión holística y el objetivo trascendental. Estas ideas no son solo teóricas; son un llamado a la acción. ¿Qué tal si nuestros líderes (públicos y privados ) pensaran como arquitectos de catedrales, sabiendo que no verán terminada su obra, pero confiando en que las generaciones futuras la habitarán?
El “pensamiento catedral”, en particular, nos recuerda que las grandes obras no se construyen en un solo proceso electoral o periodo de gobierno. Requieren visión, paciencia y sobre todo, voluntad de trascender a lo inmediato. En México y Estados Unidos, como en gran parte del mundo, necesitamos líderes políticos y empresarios que piensen no en los próximos tres, cuatro o seis años, sino en los próximos cuarenta. Líderes que entiendan que el verdadero legado no se mide en votos o centavos, sino en el bienestar de las generaciones que vendrán.
Pero esto no es solo tarea de los políticos y los grandes “capitanes” de las empresas privadas. También es responsabilidad de la sociedad en su conjunto. ¿Cómo podemos exigirles a nuestros líderes que piensen a largo plazo si nosotros mismos vivimos atrapados en la inmediatez?
Desde nuestras decisiones cotidianas hasta nuestra participación ciudadana, todos tenemos un papel que desempeñar en la construcción de un futuro más justo y sostenible.
El cortoplacismo no es solo un problema político; es una trampa cultural. Nos seduce con promesas rápidas, pero nos deja un vacío que las generaciones futuras tendrán que llenar. ¿Qué tipo de antepasados queremos ser? ¿Aquellos que hipotecaron el futuro por un beneficio inmediato, o aquellos que, con humildad y visión, sembraron las semillas de un mundo mejor?
La respuesta está en nuestras manos. Como bien reflexiona Krznaric en su obra, el cortoplacismo nos ofrece soluciones rápidas, pero nos deja problemas eternos.
"Somos tan buenos en cortar árboles como malos en plantar bosques": Roman Krznaric