Este domingo concluimos litúrgicamente concluimos el tiempo de navidad, lo hacemos celebrando la fiesta del bautismo del Señor. Este domingo como Iglesia estamos invitados a agradecer el maravilloso don del bautismo que alguna vez recibimos. Seguramente la mayoría de nosotros cuando fuimos bautizados éramos muy pequeños es por eso que no guardamos memoria alguna de ese acontecimiento tan especial en la vida de todos nosotros.
El bautismo es un sacramento, es decir un signo sensible que tiene la capacidad de darnos una gracia muy especial. El bautismo al igual que el sacramento de la confirmación y el orden sacerdotal, es un sacramento que imprime carácter en la persona que lo recibe. Esto significa que es un sacramento que únicamente lo podemos recibir una vez en nuestra vida pues la recepción de este sacramento imprime en nuestra alma una huella indeleble, es decir una marca que nada ni nadie la puede borrar. No importar que alguien abandone el cristianismo o que intente mediante alguna acción el borrar su bautismo, esto nunca se podrá lograr pues el Señor nunca se arrepentirá de habernos hecho hijos suyos.
San Gregorio Nacianceno nos dice acerca del bautismo que: «es el más bello y magnífico de los dones de Dios [...] lo llamamos don, gracia, unción, iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más precioso que hay. Don, porque es conferido a los que no aportan nada; gracia, porque es dado incluso a culpables; bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrado y real (tales son los que son ungidos); iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios».
El sacramento del bautismo tiene muchos efectos en las personas que lo reciben como lo son: el borrarnos el pecado original, hacernos miembros de la Iglesia e hijos de Dios, sólo por citar algunos. Hoy me gustaría que pensáramos un poco en el don de sabernos hijos de Dios.
Sabemos que gracias a este sacramento hemos recibido el regalo de ser y llamarnos hijos de Dios. Gracias al bautismo podemos llamar a Dios Padre y sabernos cada uno de nosotros sus hijos. Ser bautizado es vivir en la conciencia que como hijos de Dios nos debemos manifestar ante los demás, no obligados bajo algún condicionante moral sino por movidos por la alegría de sabernos hijos de Dios. Ser hijos de Dios nos lleva a orar a Dios como Padre, por eso Jesús cuando los discípulos le pidieron que los enseñara a orar les dijo: “ustedes digan Padre nuestro”.
Cada uno de nosotros somos hijos de Dios, animémonos todos a vivir siendo conscientes de este gran don y privilegio que el Señor nos ha dado: el ser sus hijos.