Imaginen por un momento a un niño de ocho años sentado en el aula, mirando por la ventana mientras la maestra explica un problema matemático. Su pie no deja de moverse. Levanta la mano, pero no para preguntar algo relacionado con la clase, sino para hacer un comentario fuera de contexto. La maestra suspira, los compañeros se ríen y él, sin comprender del todo qué está haciendo mal, baja la mirada y deja que la vergüenza lo invada. Este no es un escenario extraordinario; es una escena que se repite en miles de aulas de México, una realidad que, más allá de las puertas de las escuelas, está afectando el tejido social de nuestro país.
El Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) no es solo un desafío médico o educativo; es un espejo que refleja cómo nuestra sociedad aborda la diferencia, la inclusión y el bienestar colectivo. Hoy, más de un millón de niños en México viven con esta condición, y muchos de ellos no solo enfrentan el estigma en casa o en la escuela, sino que también se convierten en un recordatorio incómodo de un sistema que no siempre está preparado para escucharlos o apoyarlos.
El TDAH, caracterizado por la falta de atención, la hiperactividad y la impulsividad, va más allá de los diagnósticos clínicos. En México, esta condición afecta no solo a los niños que la padecen, sino también a sus familias, maestros y comunidades. ¿Cuántos hogares viven en constante tensión porque el niño “no obedece”? ¿Cuántos maestros, enfrentando aulas con 30 o más estudiantes, no saben cómo manejar a ese alumno que interrumpe o no sigue las instrucciones?
Pero lo más preocupante es cómo estos pequeños desafíos cotidianos se convierten en problemas estructurales. La falta de diagnóstico y apoyo oportuno puede generar adultos con baja autoestima, dificultades laborales y conflictos sociales, perpetuando ciclos de desigualdad y exclusión que repercuten en el clima social del país.
México vive un momento histórico en el que la tensión social parece estar a flor de piel. Las manifestaciones de violencia, el descontento ciudadano y la falta de cohesión no son fenómenos aislados; son síntomas de una sociedad que muchas veces no sabe cómo manejar sus diferencias. Y aquí entra el TDAH como una metáfora poderosa.
Un niño con TDAH en un aula no solo nos invita a reflexionar sobre su capacidad para aprender, sino también sobre nuestra capacidad para incluir. Si no somos capaces de adaptar nuestras escuelas, hogares y espacios de trabajo a las necesidades de estos niños, ¿cómo podremos construir una sociedad que acepte y valore la diversidad en un sentido más amplio?
El TDAH, con todo lo que implica, puede ser un indicador temprano de cómo nos estamos relacionando como comunidad. Los niños que hoy son incomprendidos en sus aulas mañana serán adultos que tal vez no se sientan parte del tejido social. Si no atendemos estas necesidades desde la infancia, estamos sembrando la desconexión y la frustración que, en última instancia, pueden contribuir al clima de polarización que vivimos.
El cambio no requiere grandes revoluciones, sino pequeños actos de comprensión y empatía que, acumulados, pueden transformar realidades. Para los niños con TDAH, esto significa:
1. Escucharlos y comprenderlos: El primer paso es aceptar que el TDAH no es una excusa ni una etiqueta. Es una manera diferente de procesar el mundo que requiere apoyo, no rechazo.
2. Transformar nuestras escuelas: Adaptar las aulas para que sean espacios inclusivos donde estos niños puedan prosperar. Esto implica capacitar a los maestros y reducir el número de alumnos por grupo para permitir una atención más personalizada.
3. Apoyar a las familias: Muchas veces, los padres no saben cómo manejar la situación y terminan sintiéndose aislados. Crear redes de apoyo puede marcar la diferencia.
4. Fomentar la empatía desde la infancia: Enseñar a los niños que sus compañeros con TDAH no son “problemáticos”, sino diferentes, puede ser el primer paso hacia una sociedad más solidaria.
En un país como México, donde la desigualdad y la exclusión siguen siendo desafíos urgentes, hablar del TDAH no es un tema menor. Es una oportunidad para reflexionar sobre el tipo de sociedad que queremos construir. Cada niño con TDAH que encuentra comprensión y apoyo en su entorno es un recordatorio de que podemos hacerlo mejor. Cada maestro que decide adaptar su método de enseñanza es un ejemplo de que el cambio es posible.
Si queremos un México más justo, más solidario y menos polarizado, debemos empezar por escuchar a quienes más nos necesitan. Los niños con TDAH, con su energía inagotable y su manera única de ver el mundo, no son una carga. Son una oportunidad para aprender, para crecer y para construir puentes de conciencia que nos conecten como sociedad.