Hace unos días conocí la historia de un joven que falleció víctima del cáncer y de una severa insuficiencia renal. Lo que me impresionó no fue la el motivo de su muerte, sino la actitud que tuvo para vivir incluso en medio del dolor provocado por la enfermedad.
Aquel joven luego de los tratamientos que le aplicaban siempre se quedaba un rato más en el hospital, lo hacía porque él bien sabía que tenía el don de hacer pasar un buen rato a las personas que al igual que él estaban enfermas y atravesaban por el incómodo momento de los tratamientos. Alguna vez alguien le preguntó a aquel joven: oye, ¿por qué lo haces?, ¿por qué te quedas un rato más si tú también te sientes mal? Su respuesta fue sencilla pero profundamente inspiradora: “todo es actitud”, respondió.
Estimado lector, la historia de este joven estoy seguro que nos ayuda a todos nosotros para pensar en que en algún momento todos pasamos por momentos complicados, quizá para muchos de nosotros no tan delicados como la enfermedad terminal. Frente a las complicaciones de la vida siempre está la tentación de pretender dirigir nuestra mirada únicamente a nosotros mismos, de pensar que lo único importante es que cada uno de nosotros salgamos adelante sin tomar en cuenta que a un lado de nosotros hay personas que también la pasan mal y que frente al dolor del otro nosotros nunca podemos ser indiferentes.
Abrirnos a la realidad de que el otro también pasa por alguna situación delicada y de que yo no soy el único que lidia con situaciones difíciles nos lleva a hacer a un lado la mirada egocentrista, comprender que lo complicado de la vida incluso el dolor cuando se comparte es capaz de ensanchar el corazón de las personas. Todos podemos hacer algo por los demás incluso desde la precariedad de nuestra existencia, porque la riqueza del ser humano siempre estará en el corazón de cada uno de nosotros.
Jesús en diferentes momentos del evangelio nos da lecciones sobre compasión, quizá uno de los episodios más clásicos del evangelio es el de la parábola del Buen Samaritano, un hombre que es capaz de detenerse frente al drama del otro, no sólo lo observa sino que hace algo muy concreto por él, lo sube a su cabalgadura y lo lleva a una pensión para que lo curen y cuiden de él. Pienso que lo que realmente alivió a aquel hombre tirado a la orilla del camino del que nos habla el evangelio fue la ternura del samaritano. En medio de una sociedad egocentrista, la revolución de la ternura siempre será un bálsamo para la vida de las personas.
Estimado lector, todos podemos hacer algo por los demás, incluso desde nuestra situación por más difícil que esta sea. Démonos la oportunidad de salir de nosotros mismos, y animémonos a ser un paliativo para las demás personas. En medio de lo gris que pueda tener la vida siempre recordemos que lo único que es para siempre es la palabra de aquel que nos ha prometido una morada en el cielo.
Feliz domingo a todos.