En su libro “Imparables”, Yuval Noah Harari , historiador y escritor israelí analiza la naturaleza humana desde dos perspectivas fascinantes. Por un lado, señala cómo los seres humanos somos el animal más poderoso del planeta: ninguna otra especie puede competir con nuestra capacidad de transformar y dominar el entorno. Sin embargo, también subraya nuestra incapacidad para detenernos a nosotros mismos, perpetuamente insatisfechos, siempre buscando más, como si no tuviéramos límites.
Esta dualidad nos enfrenta a un dilema fundamental. Mientras que nuestro poder nos distingue, nuestras ambiciones desmedidas generan caos y desorden. En palabras del autor, “un rey siempre querrá conquistar otro reino”. Estas ansias infinitas, que en ocasiones parecen impulsarnos hacia la grandeza, también son el origen de muchas de nuestras tragedias: guerras, desigualdad y una infelicidad creciente. ¿Cómo convertir ese poder en felicidad? Es quizás el gran reto que define nuestra existencia.
El autor también alerta sobre los riesgos de esta carrera sin control. Nuestra incapacidad para medir las consecuencias de nuestras acciones podría conducirnos a la autodestrucción, un tema recurrente en narrativas apocalípticas. Estas visiones no solo reflejan miedos personales, sino también la idea de que, al colapsar la humanidad, el mundo entero lo hará.
Esta reflexión encuentra eco en nuestra política democrática nacional. Hace unos días, en el Senado de la República, fuimos testigos de una escena que parece ejemplificar ese comportamiento insaciable de poder. Senadores de distintas facciones se enfrentaron en una disputa que reflejaba más sus ambiciones personales que el interés colectivo. Unos defendían lo que consideraban suyo por derecho; otros luchaban por lo que interpretan como un mandato popular divino de adueñarse y avasayar en el poder ,como en los tiempos neoliberales.
Este espectáculo de disputas apocalípticas por poder nos invita a preguntar: ¿quién les hará entender a esos servidores publicos, que su labor no se trata de ellos, sino de los ciudadanos que los eligieron? El pacto social que nos permite vivir en civilidad no puede sostenerse si quienes lo representan, priorizan sus intereses personales sobre los de la nación.
El filósofo alemán Albert Einstein advertía: “El problema de nuestra época es que las personas quieren ser importantes, no útiles”. Esta frase resuena con fuerza en un mundo de gratificaciones instantáneas y redes sociales, donde la relevancia parece medirse en likes. Así, vemos a líderes políticos que buscan protagonismo y poder a cualquier costo, incluso a expensas del bienestar colectivo.
La Educación: El Verdadero Campo de Batalla
En nuestro país, resulta preocupante que se hable poco de la propuesta educativa del actual gobierno. Tras la pandemia, los docentes enfrentan desafíos enormes: competir con las pantallas por la atención de sus alumnos, lidiar con una “generación de cristal” formada en parte por padres que esperan que la escuela sea un parque de diversiones más que un espacio para forjar mentes y espíritus.
Una educación de calidad e integral es la única vía para transformar a México. Países como Corea del Sur y Singapur han demostrado que invertir en educación es la clave para superar desigualdades y construir sociedades prósperas. En contraste, en México seguimos atrapados en una política que prioriza la grilla sobre el progreso, postergando reformas educativas necesarias y fundamentales.
En cifras, según el Informe de Seguimiento de la Educación Mundial 2023 de la UNESCO, México destina alrededor del 4.5 % de su PIB a educación, mientras que países asiáticos exitosos destinan entre el 5 y el 7 %. Además, el nivel de comprensión lectora y habilidades matemáticas de los estudiantes mexicanos sigue siendo inferior al promedio de la OCDE.
La transformación de México no será posible sin un cambio radical en nuestra visión de la educación. Necesitamos líderes políticos y servidores públicos comprometidos con el bienestar colectivo, capaces de entender que el progreso no es un lujo, sino una necesidad imperante.
Si no logramos detener nuestras ambiciones insaciables y priorizar la educación como el motor del cambio, seguiremos repitiendo un ciclo de desigualdad, caos y frustración. Como bien advierte “Imparables”, no es nuestro poder lo que nos define, sino lo que hacemos con él.
En este contexto, nuestra misión como sociedad debe ser clara: dejar de lado la grilla, centrarnos en lo trascendental y trabajar para construir un futuro que no solo sea imparable en ambición, sino también en justicia, igualdad y bienestar colectivo.
“El conocimiento es la fuente más democrática de poder.”
Alvin Toffler